A menudo, en las fiestas (a las que evito concurrir siempre que puedo) alguien me da un fuerte apretón de manos, sonriendo, y después me dice, con aire de jubilosa conspiración: "Sabe, siempre he deseado escribir."
Antes, yo trataba de ser amable.
Ahora, contesto con la misma regocijada excitación: "Sabe, siempre he deseado ser neurocirujano."
Me miran con perplejidad. No importa. Últimamente circula por el mundo mucha gente perpleja.
Si quieres escribir, escribes.
Sólo escribiendo se aprende a escribir. Y ése, en cambio, no es un buen sistema para enfrentarse a la neurocirugía.
-JOHN D. MACDONALD-

domingo, 26 de diciembre de 2010

Watchmen

GRAN JEFE: ¡Cuanto tiempo, Rorschach!
RORSCHACH: El Gran Jefe. Qué pequeño es el mundo.
GRA JEFE: Jejejeje. Eso me gusta. Pero este mundo si que es pequeño. Y yo llevo en él.... ¿Cuánto tiempo llevo ya, Lloyd?
LLOYD: Casi 15 años, Gran Jefe.
GRAN JEFE: Eso es. 15 años desde que ese Búho y tú me encerrasteis. Bueno, Rorschach. Ese tío que has quemado se muere, está apunto de palmar. Y que yo sepa, aquí hay más de 50 personas que has encerrado tu. He hablado con todos ellos y están como locos por meterte mano. Este sitio...va... ¡A EXPLOTAR! Y luego, morirás muy despacio.
RORSCHACH: Vuelas alto.
LLOYD: ¡Voy a hacer pedazos a este tio!
GRAN JEFE: Tranquilo Lawrence. Pronto. Vámonos.
(...)

(...)
GRAN JEFE: Ha muerto, Rorschach. Mientras están todos distraidos, te hemos traido un regalito de bienvenida. Algo del Taller de Maquinaria.
LAWRENCE: Eh, Jefe, ¿te has fijado? Ahora no suelta sus gracias de un mundo pequeño, o vuelas alto, porque sabe que encuanto abramos su puerta se va para el otro barrio.
RORSCHACH: Se armó la gorda.
LAWRENCE: ¡TE MATO RORSCHACH! ¡TENEMOS UNA CÁRCEL LLENA DE ASESINOS! ¿¡QUÉ TIENES TÚ!?
RORSCHACH: Tus manos. Es un placer.
LLOYD: No llego a la cerradura. ¿Corto los barrotes?
GRAN JEFE: El motín no durará mucho, y llevo 15 años esperando esto. Lo siento Lawrence, pero me estas impidiendo mi venganza.
LLOYD: No es nada personal, grandullón.
GRAN JEFE: Ahora ya sabes cómo vamos, ¿eh?
RORSCHACH: Uno cero. Ven a por mi.
GRAN JEFE: ¡Venga, vamos, vamos! Jajajaja
 (...)
(..)
GRAN JEFE: Más rápido. ¡Quiero oler cómo se fríe este hijo de puta! (...) ¡Bien! (...) No.....
RORSCHACH: Nunca había usado el váter para tirar basura. Es bastante útil. Dos cero. Te toca.
(...)
(...)
DANIEL: ¡Rorschach!
RORSCHACH: Daniel, Señorita Júpiter, disculpad, tengo que ir al servicio.
LAUREL: ¡Oh, por amor de Dios!

sábado, 25 de diciembre de 2010

El Número 23



HIROSHIMA, AUG 6, 1945
8+6+1+9+4-5=23

HUMAN GENOME CONTAINS 23 PAIRS OF CHROMOSOMES

KING CHARLES I WAS BEHEADED JANUARY 30TH, 1649
3+0+1+6+4+9=23

THE KNIGHTS TEMPLAR HAD 23 GRAND MASTERS

THE WITCHES SABBATH IS JUNE 23RD
6=2x3

SHAKESPÈARE WAS BORN AND DIED ON APRIL 23RD
SHAKESPEARE WAS ALSO FIRST PUBLISHED IN 1623

THE TITANIC SANK THE MORNING OF APRIL 15TH, 1912
4+1+5+1+9+1+2=23

THE FLIGHT 800: 230 PEOPLE DEAD
THE EXPLOSION OCURRED IN SEATS 23J AND 23K

GEORGE HERBERT WALKER BUSH CONTAINS 23 LETTERS
WILLIAM JEFFERSON CLINTON CONTAINS 23 LETTERS
FRANKLIN DELANO ROOSEVELT CONTAINS 23 LETTERS

DECEMBER 11TH, 1941 THE US DECLARES WAR ON GERMANY
12+11=23 

HITLER KILLED HIMSELF IN APRIL, 1945
4+1+9+4+5=23

TERRORISTS ATTACK MARINE BARRACKS IN BEIRUT OCTOBER 23RD, 1983
241 SOLDIERS KILLED   24-1=23

CAESAR WAS STABBED A TOTAL OF 23 TIMES

THE MAYANS BELIEVED THE END OF THE WORLD WOULD OCCUR ON DECEMBER 23RD OF THE YEAR 2012
20+1+2=23    20+12=32  32->23

CHARLES MANSON WAS BORN ON NOVEMBER 12TH
11+12=23

11 SEPTEMBER 2001
9+11+2+0+0+1=23

“GET THEE BEHIND ME SATAN…”
MATTHEW 16:23

ILLUMINATI: 1723 A.D.

23 THOUGH I WALK THROUGH THE VALLEY OF THE SHADOW OF DEATH
PSALM 23

BARBARIANS INVADED ROME AUGUST 23RD, 410

THERE ARE MORE REPORTED UFO SIGHTINGS ON JULY 23RD THAN ANY OTHER DAY

domingo, 19 de diciembre de 2010

Espejo Rojo - Capítulo 3

CAPÍTULO 3

CIUDAD DE LUCES Y SOMBRAS




Siempre me emociono cuando vuelvo a casa de un largo viaje. Me encanta mi pueblo, las llanuras interminables, los bosques, los campos, el ganado (si eres capaz de ignorar el olor), pero no hay nada comparable al paisaje del norte. Las montañas, los desfiladeros y barrancos, los valles y los ríos… Es realmente hermoso, especialmente cuando hace un día como el que hacia cuando volvía, nublado, con los picos cubiertos por la niebla, los campos radiantes de verdor y humedad….
¡Me encanta!

Pero en esta ocasión, comenzaría a ver las cosas de otro modo. Tras lo que me había pasado en el pueblo, aunque en aquel momento no fuese capaz de recordarlo, me había vuelto más sensibles a cierto tipo de fenómenos que se dan a menudo en las grandes ciudades, pero que una persona normal no puede ver. La ciudad que tanto amaba, en cuyas calles había crecido, había aprendido tantas cosas y tantas aventuras había vivido, ahora iba a mostrarme una cara oscura y terrible.

Mi padre entró como un huracán en mi habitación, como todos los fines de semana. Levantó la persiana de golpe, y el sol me deslumbró.
-La comida está en la mesa. Si en cinco minutos no te has levantado, te quedas sin comer.
Y se marchó dando un portazo. Le eché un ojo al despertador. Las dos y media. La verdad es que tenía el estómago hecho polvo de la noche anterior, así que me levanté de la cama, bajé la persiana otra vez, y me volví a la cama, durmiéndome al instante. Me despertó el teléfono móvil, cuando ya eran las 6 de la tarde. Tanteé por el escritorio, con los ojos aún cerrados, hasta encontrar el móvil.
-¿Si?
-¿¡Qué pasa capullo!? ¿¡Qué tal esa resaca!?
-Por favor, no grites….
-Ya ves, yo también estoy hecho mierda. ¿Misma hora mismo sitio?
-Claro tío.
-Genial, luego estamos.
-Venga York.
Y me colgó. A duras penas conseguí reunir la fuerza de voluntad suficiente para salir de la cama, y arrastrarme hasta el baño.
Me miré en el espejo. Tenía unas ojeras horribles, la cara hinchada, y tres arañazos que me surcaban la mejilla derecha, desde la oreja hasta el mentón, entre la barba incipiente. Me quedé mirando las heridas, tratando de recordar cuando o cómo me las había hecho. No recordaba nada después de las dos de la mañana. Tendría que preguntarle a York, aunque él también había acabado tan fino como yo, y dudaba que me fuera a servir de ayuda. Qué terribles son los reencuentros tras el verano. Me metí en la ducha, con el agua completamente helada, para despertarme de golpe. Estuve bajo el agua hasta que empecé a sentir como se me entumecían las manos, y salí a secarme y a afeitarme.
Me volví a mirar las heridas. La verdad es que no tenían muy buen aspecto. Eran tres líneas rojas, rodeadas de piel amoratada. Me las toqué suavemente, y el dolor fue instantáneo. “Paso de afeitarme” pensé. Guardé todo en su sitio, y salí desnudo. Me encanta pasearme en pelotas cuando no hay nadie en casa.
Me vestí con lo primero que saqué de la maleta, aún sin deshacer y tirada en una esquina del cuarto, y salí corriendo, que para variar, ya llegaba tarde.

Salí de casa, y las nubes de tormenta que llevaban todo el día amenazando con descargar una tromba de agua escogieron ese mismo momento para ponerse a ello. Me eché la capucha de la sudadera encima, y con el gesto me toqué otra vez las heridas de la cara. El dolor fue instantáneo y muy agudo una vez más.
“Joder, tengo que descubrir como me hice esto”
Eché a caminar todo lo rápido que podía, sin ponerme a correr, hacia el punto de encuentro. Después de subir una larga cuesta (Bilbao está lleno de ellas; o desarrollas unas piernas de futbolista, o te puedas dar por jodido) vi a York saliendo del estanco donde siempre quedamos.
Crucé corriendo la carretera, ganándome los bocinazos de un coche que decidió pasar a la vez que yo y que tuvo que dar un volantazo para esquivarme, ya que no lo había visto por la capucha. Me di media vuelta, le dediqué un bonito corte de mangas, y acabé de cruzar la carretera al ver que otro coche venía embalado, y que no le iba a dar tiempo a frenar.
-¡Vaya limada tío! –dijo, mientras abría el paquete de tabaco.
-Ya ves macho. Ha estado bien cerca de llevarme por delante. ¿Me aceleras el cáncer?
Sacó un cigarrillo para cada uno, nos los encendimos y fumamos tranquilamente debajo del alero que tenía el estanco, viendo caer la lluvia.
-¿Qué hacemos hoy? –pregunté, entre calada y calada-.
-He quedado con Kristian y Eder en el Perolos dentro de media hora. Bueno, de quince minutos. –y me echó una mirada más que significativa-.
-Lo siento, pero cuando me has llamado aún seguía en la cama. Lo que me recuerda que no he comido nada desde… ¿Anoche pasamos por el moro?
-Si, a por minipizzas.
-Pues no he comido nada desde entonces. ¿Unas minipizzas?
-Claro. Un poco más de comida basura no nos va a matar.
Tiró su cigarrillo, salió del alero, y se encaminó al Perolos bajo la lluvia, mientras se encendía otro. Ese era mi mejor amigo, Adrián York: alto, con el pelo castaño, un poco largo, unos ojos marrones, que siempre parecían estar riéndose de todo, fumador empedernido, bebedor empedernido, y, bueno… vividor empedernido en todos los aspectos divertidos de la vida.
Le alcancé de dos zancadas, y me quité la capucha. Llovía incluso más que cuando salí de casa, pero no podía ver lo que tenía a los lados si la llevaba puesta, y ya me había jugado la vida una vez, no quería repetir.
El pelo se me empapó en cuestión de segundos, así que me lo recogí en una coleta. Entonces York me echó un vistazo a la cara, y se quedó boquiabierto.
-¡La ostia! ¿Cómo te has hecho eso en la cara?
Por supuesto, se refería a las heridas en mi mejilla derecha. Estaba claro que al final él tampoco me iba a servir de ayuda.
-Pues no lo se tío, tenía la esperanza de que me lo dijeras tú. Desde que salimos del Perolos no recuerdo apenas nada.
Frunció el ceño, mientras trataba de recordar. Casi podía ver el relojito de Windows dándole vueltas en la cabeza. Estaba tan jodido como yo.
-Bajamos al Babylon. Por el camino paramos en el moro a cenar. Allí nos encontramos con Jhony, nos invitó a un par de chupitos de algo que había que prenderle fuego antes de beberlo con una pajita. A partir de ahí, recuerdo que estuve en un columpio con alguien, y luego subir a casa. A mi portal llegamos juntos, creo. Eso, o hice un amigo por el camino.
-Pues nada, a ver si vemos luego a Jhony y nos aclara él algo. Hacía mucho que no tenia una noche llena de lagunas aquí, en el barrio.
-¡Y lo que nos queda majillo! Que el inicio de curso está a la vuelta de la esquina, y tenemos que aprovechar el tiempo que nos queda.
-Pues vamos a ello.
Me puse a correr debajo de la lluvia, y York, aunque sorprendido, enseguida me siguió. Me dolía la mejilla derecha, y aún sentía un clavo en mitad de la cabeza, pero las tormentas de verano siempre me levantan el ánimo, y ese día me sentía lleno de energía.
Llegamos enseguida al Perolos, aún a riesgo de nuestras propias vidas, ya que la cuesta de Iturri es inclinadísima, y ambos estuvimos a punto de caernos un par de veces.
En la puerta estaban Eder y Kristian esperándonos. O más bien Eder estaba en la puerta, tratando de resguardarse de la lluvia, mientras Kristian, ya algo borracho, bailoteaba arriba y abajo por la carretera, empapándose. Cuando nos vio aparecer a la carrera, se lanzó contra nosotros y nos abrazó. Tenía el pelo castaño oscurecido por la lluvia, y le chorreaba entero. Lo tenía bastante largo, y la piel, ya oscura de por sí, muy bronceada tras el verano. Tenía unos ojos muy grandes que parecían ocuparle toda la cara.
-¡buenas tíos, cuanto tiempo! ¡Tengo que contaros un montón de cosas de este verano!
Efectivamente, ya iba bastante contentillo. Nos acercamos a la puerta, atrapé a Eder en un abrazo de oso, y le di un par de vueltas en el aire.
-¡Chiquitín! ¡Cuánto tiempo!
Lo posé, y Adrián hizo lo propio.
-¡Que hay petit cabron! ¡Si casi parece que hayas crecido este verano! –lo dejó en el suelo y lo miró de arriba abajo- Bueno, quizá no.
-Ja ja. Venga, ¿pillamos sitio, o qué?
Eder sólo me llegaba a la altura de la nariz a mí. Era el hermano pequeño de todo el mundo, y aunque a veces le tratásemos como un juguetito, era el favorito de todos.
Entramos en el Perolos, sacudiéndonos como perros, y mojando a la gente que había en las mesas más cercanas.
-¡Buenos días, Javi! – saludó Adrián al camarero. A fuerza de ir todos los fines de semana durante años, y muchas tardes entre semana después de las clases de la uni, nos habíamos acabado haciendo amigos suyos- Dos jarritas de Kalimotxo y cuatro vasos, por favor.
-No se yo si debería, ¿eh? ¿Pensáis hacerme una obra de arte como la de anoche?
-¿Qué hicisteis anoche? –me preguntó Eder. Adrián y yo sólo pudimos mirarnos con cara de idiotas.
-Mirad, mirad en la parte de atrás, en la columna.
Fuimos a las mesas de atrás, y en la columna que había en medio de la sala se apreciaba perfectamente la cara de Adrián impresa en tinta negra sobre el papel de pared blanco.
-Bien –dijo él- eso explica el boli reventado en mi bolsillo y porqué tenía la cara manchada al levantarme.
Todos estallamos en carcajadas ante lo surrealista de la situación. Eder, como siempre, acabó revolcándose por el suelo entre carcajadas histéricas, mientras Adrián iba a pedir una bayeta para limpiar eso y las jarras de kalimotxo.

Salimos de allí cuatro horas más tarde, con una cantidad de alcohol en sangre más que considerable, habiéndonos puesto al día después de todo el verano, y limpiando (más o menos) la cara de Adrián de la pared. Fuimos a la parte baja de Iturri, donde los heavys se agrupan en manadas alrededor de bares como el Metalworld, el Ruedas, o el Babylon. Tuvimos que bajar hasta éste último para encontrar a nuestros amigos, Álvaro, Vigil y Aymar. Los tres estudiantes de Bellas Artes, como Adrián, Kristian y Eder. En otras palabras, espíritus libres. Aymar y Álvaro tenían las caras pintadas de blanco y negro, como buenos Blackers, con sus melenas, sus brazaletes de clavos, sus cinturones de balas y sus camisetas de Elffor. Vigil era más comedido en éste aspecto, y pese a llevar alguna que otra camiseta de sus grupos favoritos, vestía mas casual, y no llevaba la cara pintada. Tampoco se unió al irrintzi-barra-grito-barra-gutural que lanzaron Aymar y Álvaro cuando nos vieron acercarnos a modo de saludo.
-Bua que toñas llevan encima –dijo Eder-.
Intercambiamos saludos entre todos, bastante afectivos debido al alcohol.
-Álvaro, ¿Qué coño haces con la cara pintada? –Preguntó Adrián- De Aymar lo esperaba, pero no de ti.
Después de pequeño ataque de risa que sólo él comprendió, dijo:
-No lo sé tío, me ha pintado él antes, no recuerdo cuando, que lleva las pinturas encima. ¿Os pintáis vosotros también?
-Bua bua. Yo si alguien más se pinta conmigo si –dije yo- Kristian, ¿te hace?
-¿Eh? –Estaba absorto mirando las tetas de una gótica que gracias al corsé parecía que le crecían en la garganta- ¿Qué? ¿Pintarnos qué? ¡Ah! Vale.
A los diez minutos los cuatro teníamos la cara pintarrajead como mejor pudo Aymar, teniendo en cuenta el estado en que también él estaba.

Al cabo de un rato de andar haciendo el mono, tratando de asustar a la gente que bajaba (más de una vez con bastante éxito) vi aparecer a Jhony entre un grupo de pijas. Vestía su gabardina negra, sus botas New rock, y su mirada,  negra, oscura y penetrante atravesaba a las pijas con una mirada de odio y asco. Es la clase de persona que, si no conoces, puede congelarte con sólo una mirada. Además, sus pupilas extrañamente alargadas no eran precisamente muy tranquilizadoras. Llegó hasta mí, se sacudió la gabardina de agua, y les hizo un corte de mangas a las pijas.
-¡A tomar por culo! –Me estrechó la mano- Joder Travis, ¿Qué coño te ha pasado en la cara?
-¡Mierda tío! Tenía la esperanza de que tú fueras capaz de decírmelo.
-¿Cómo iba yo a saber porqué te has pintado así?
Necesité un par de segundos para entenderlo.
-A, joder. No, eso es que nos hemos pintado porque sí.  Yo me refería a esto.  –Giré la cara para que me viese las heridas- Tenemos la noche llena de lagunas. ¿Sabes cómo me hice esto?
Me tocó las heridas. Bendito alcohol, esta vez iba lo suficientemente borracho como para no sentir el dolor.
-No lo sé tío. Yo lo último que se de vosotros es que estuvimos los tres dando vueltas en el Columpio de la Muerte, luego creo que os fuisteis a casa. Por lo menos, de eso teníais intención.
En ese momento tuve un flashazo, la imagen de Adrián y yo saliendo despedidos del Columpio de la Muerte, que era un eje anclado al suelo de un parque, de donde salen tres sillas donde los niños pueden sentarse y dar vueltitas, o los borrachos encaramarse como malamente son capaces y dar vueltas hasta multiplicar la borrachera.
-Pero no me hice las heridas ahí, ¿no?
-Te pegaste el ostión del siglo, pero no, no llegó ha haber sangre.
-Qué decepción. Tendré que seguir indagando.
-Si descubres que pasó, me lo cuentas. Señorita –me hizo una reverencia burlona- voy a saludar a más gente.
-Bien tío, luego estamos.

Cuando dieron las tres de la mañana Adrián y yo nos encontramos solos antes la puerta del Babylon, ya que la gente había ido yéndose a sus casas a lo largo de la noche. En algún momento había dejado de llover, y hacía calor, pero aún así decidimos hacer lo propio.
-¿Último piti? –preguntó Adrián.
-Claro tío.
El último piti era un ritual que instauramos hace mucho: fumarnos un “último cigarrillo” (por lo general solíamos arramblar con todo el tabaco que llevásemos encima) mientras charlábamos de mil cosas tirados en el portal de Adrián.
Llegamos al barrio, y nos dirigimos hacia su casa, caminando por el medio de la carretera, cuando un coche tomó una curva a excesiva velocidad justo a nuestra derecha, se metió en la acera, por donde deberíamos haber ido Adrián y yo de ser dos ciudadanos de bien, y de un volantazo volvió a la carretera. Avanzó varios metros tratando de recuperar el control, y finalmente frenó con un chirrido. Subir hasta el barrio desde la parte baja de Iturri siempre me despeja más o menos la borrachera, gracias a lo cual reconocí el coche. Era el que había estado apunto de atropellarme a la tarde, al que yo había dedicado un corte de mangas. Mi imaginación, espoleada por el alcohol, me hizo pensar en una escena de la típica película Hollywoodense, donde una pandilla se baja del coche para pegar una paliza a los protagonistas. Obviamente, no podía tratarse de eso, era demasiado surrealista.
Pero la realidad supera con creces la ficción.
Se bajaron tres tíos del coche, cada cual más borracho que el anterior, y se dirigieron hacia nosotros. Estaba claro a lo que venían.
-En palabras del gran Quevedo –le dije a Adrián- no queda si no batirnos.
-No jodas, no es momento de hacer poesía. No tires de navaja.
-No estoy tan borracho como para cagarla así. Son sólo uno más, y están como putos lémures.
-Usa la cadena, pero sólo si es necesario.
-¡Tú, hijo de puta! –Balbuceó el que se había bajado del sitio del conductor, mientras me señalaba- ¿Te parece muy gracioso cruzar sin mirar? ¿Te crees muy duro? ¿Con esas cadenas en el pantalón, y el pelo largo? ¿Ahora no tienes cojones de enseñarme el dedo?
Una extraña calma se había adueñado de mi, y pude incluso pararme a sorprenderme de que hubiese sido capaz de soltar semejante parrafada con la borrachera que llevaba encima. Luego seguí con lo mío, lo mismo que estaría haciendo Adrián. Analizarlo todo y a todos.
A la derecha del conductor había un tío alto, con el pelo rapado, la cara llena de piercings y muy musculoso. “Seguro que la tiene pequeña” pensé. Con los brazos que tenía seguro que no iba a usar ninguna otra arma. Estaba enfrente de Adrián, así que ése sería suyo. El conductor, que estaba frente a mí, tenía una cresta de color azul eléctrico, un tic en el ojo derecho, y no paraba de cambiar el peso de un pie a otro. Tenía las pupilas del tamaño de platos soperos. Mal rollo. Las drogas subliman tu instinto de supervivencia, y te hacen luchar más allá del límite físico y lógico. A su izquierda había un chaval que no pasaría de los 16 años, bajo, enjuto, con cara de rata y una expresión extrañamente malvada para alguien de su edad. Tenía la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y estaba tratando de flanquearme, moviéndose poco a poco.
Aunque seguía en calma, sentía la adrenalina latiendo en mis venas, gritándome que pasase a la acción de una vez.
-¡Vamos cabrón! ¿No eras muy valiente? ¡Hazte el valiente ahora! –seguía increpándome el conductor.
-No vamos a perder el tiempo con vosotros –le contestó Adrián despacio, y casi siseando- Lo mejor que podéis hacer es meteros en el coche y desaparecer. Pero si lo que venís buscando es bronca, menos charla y más ostias, cobardes.
-¡Maldito hijo de puta! –Gritó una vez más el conductor- ¡Vas a tragarte tus putas palabras!
Adrián y yo cruzamos una mirada, y en lugar de esperarlos, nos lanzamos sobre ellos.
Me giré hacia el chaval, que casi había desaparecido de mi campo de visión, mientras me desenganchaba la cadena del pantalón, y la echaba hacia atrás. No estaba convencido de tener que usarla contra un crío, hasta que vi que sacaba una navaja con una hoja de casi seis dedos de dentro de la chaqueta, tal como había supuesto, y que estaba dispuesto a usarla, así que lancé con todas mis fuerzas el brazo hacia delante. Le acerté en la cara. Se oyó un chasquido, y el chaval dejó caer la navaja para llevarse las manos a la nariz, que le había roto, mientas gritaba. Pateé la navaja lejos de él, y me volví hacia el conductor, que ya estaba encima de mí, pero no fui lo suficientemente rápido. Me pegó un puñetazo en el estómago, me arrancó la cadena de las manos y la lanzó por encima del hombro. Aproveché esa abertura en su defensa para lanzarle un puñetazo a la mandíbula, que le dio de lleno y lo lanzó hacia atrás, pero el más perjudicado resulté ser yo, ya que se me había olvidado quitarme el anillo que llevaba en el dedo corazón. Sentí cómo el dolor me recorría todo el brazo. Estaba convencido de que me había roto el dedo, pero no podía permitirme parar. Le lancé otro puñetazo con la izquierda al estómago, y al doblarse sobre si mismo probé con otro a la cara, con la mano derecha, pese al dedo presuntamente roto. Él cayó al suelo, pero a mi el dolor me traspasó como un relámpago, y la vista se me llenó de puntitos luminosos que me cegaban. No pude soportarlo, y tuve que agarrarme la mano. Esta vez fue él quien se aprovechó, y me dio un puñetazo que me impactó en la cara con la fuerza de una bala de cañón, y me tiró de espaldas al suelo. Antes de que pudiese recuperarme, lo tenía sentado a horcajadas sobre mí y se dedicaba a destrozarme metódicamente la cara a base de puñetazos. Cuando se aburrió, me cogió del pelo, me levantó la cabeza, y me la estrelló contra el asfalto. Sentí cómo el cráneo me crujía, y la vista se me iba oscureciendo. Algo cálido y viscoso comenzó a extenderse bajo mi cabeza. “No puedo creer que acabe así. No puede ser. ¡No lo voy a permitir!” Trataba de hacer acopio de todas mis fuerzas, pero apenas podía moverme.
“No. NO. ¡NO!”
El corazón se me detuvo un interminable segundo en el pecho, y después comenzó a galopar como si fuese a salírseme por la garganta. Una fuerza extraña me invadió, y un picor insoportable me recorría toda la cabeza. Podía escuchar multitud de pequeños chasquidos en mi interior, pero no les presté atención. El Conductor (ya había decidido darle ese nombre) volvía a pegarme un puñetazo, pero esta vez el movimiento era increíblemente lento. Interpuse mi mano derecha, que ya no me dolía, en la trayectoria y le agarré el puño. Saqué una pierna de debajo de su cuerpo sin apenas esfuerzo, y le di una patada en el pecho, quitándomelo de encima. Bajo mi pie sentí como varias costillas cedían y se partían con una serie de escalofriantes crujidos. Me levanté, esperando que volviese a lanzarse contra mí, pero lo único que hacía era retorcerse de dolor en el suelo. Miré a Adrián, que seguía peleando con Esteroides (me sentía estúpida y especialmente ingenioso en ese momento), pero al ver que se había quedado solo, echó a correr, cogió al Niño Rata, al Conductor, se los echó al hombro, y se dirigió al coche. Yo lo seguía viendo todo en una especia de cámara lenta, como cuando Conductor había intentado darme el último puñetazo. Cuando pasó a mi lado, pude ver que su camiseta blanca y ajustada estaba empapada en sangre. Los dos piercing que tenía en los labios habían desaparecido, y tenía la boca completamente destrozada, y el que tenía encima de la ceja derecha colgaba ahora de un cacho de carne. Parecía que Adrián había pegado mucho y bien, donde más le iba a doler. Respeté bastante a ese tío en aquel momento, hay que tener muchos huevos para ir a recoger a dos colegas después de perder una pelea y además con un cacho de cara colgando.
Finalmente se metieron en el coche, y se largaron. Sentí una vez más cómo el corazón se me detenía en el pecho, junto con una punzada de dolor, y el tiempo volvía a transcurrir con normalidad.
Adrián se acercó corriendo hasta donde estaba.
-¿Bro, estas bien?
-No podría estar mejor.
-Pero si he oído cómo te crujía la cabeza cuando te la ha estampado contra el suelo. Mira ahí.
Había un charco de sangre en medio de la carretera. Me llevé la mano a la parte posterior de la cabeza. Tenía el pelo sucio y pegajoso, pero no me dolía nada. Me miré la mano. Estaba empapada en sangre.
-Vamos a aquella fuente. ¿Puedes andar?
-Si tío, de verdad que estoy bien.
Fuimos hasta la fuente que había más adelante, donde me lavé la cabeza y las manos. Adrián también se lavó las suyas, aunque en su caso la sangre era de Esteroides. Luego me estuvo palpando la cabeza durante un rato, aunque no me encontró nada.
-¿Qué cojones….? –Se me quedó mirando de hito en hito- ¡Las heridas de tu mejilla tampoco están! ¿Qué ostias?
Yo tampoco entendía nada. Me crují los nudillos de la mano derecha, de la que estaba convencido de que me había roto el dedo. Estaba perfectamente.
-Factor de curación, tío. A lo Lobezno.
-No digas gilipolleces. Esto no es normal.
-Será sangre del chaval al que le he roto la napia.
-¿Y las heridas de la cara? No sólo te han desaparecidotas de anoche, si no que sólo tienes un par de moratones, y he visto como te untaba de ostias.
-De todas formas, ahora mismo tenemos otros problemas más apremiantes –señalé por encima de su hombro. A lo lejos venía un coche de la Ertzaintza con la sirena encendida- ¡A los arcos!
Echamos a correr. Nos metimos por una plaza en la que unos pivotes impedían la entrada a los coches, y después seguimos corriendo como alma que lleva el diablo. Lo cruzamos sin aflojar el paso, y luego subimos una cuesta, hasta llegar a otra plazoleta, rodeada de unos arcos por los que la gente solía pasear de día, y litrar de noche.
-Vamos a lavarnos la cara –sugirió Adrián- Así damos mucho el cante.
Nos quitamos los restos de pintura que aún conservábamos en la cara en una fuente cercana.
-Deberíamos irnos ya a casa dando un rodeo –dije- Y mejor si nos separamos ya.
-Está bien. Mañana hablamos.
Parecía que la carrera le había quitado de la cabeza el tema de mis heridas.
-Buena suerte –le deseé- Hazme una perdida cuando llegues a casa. Yo haré lo propio.
-Bien. ¡Buenas noches!
-Igualmente.

Conseguí llegar a casa sin cruzarme con ningún coche de la Ertzaintza o de la Municipal, y tuve mucha suerte. Entré en mi habitación, y al quitarme la ropa y ponerme el pijama me percaté de que tenía toda la espalda de la camiseta manchada de sangre. La lavé lo mejor que pude en el fregadero de la cocina, tratando de no hacer mucho ruido y no despertar a los viejos, pero era incapaz de sacar la mancha. Finalmente tomé una resolución. Me puse un chándal viejo, hice trapos con la camiseta, la metía una bolsa, y bajé a tirarla a un contenedor, con la esperanza de que mi vieja no se diese cuenta de que faltaba. Por suerte, tengo un montón de camisetas.
Eché un vistazo al móvil, vi que Adrián me había hecho una llamada perdida y se la devolví, después me metí en la cama.
Me dormí pensando en lo jodidamente extraña que había resultado ser mi vuelta a Bilbao.
Y en que al final nadie había sido capaz de decirme cómo me había hecho las heridas de la mejilla.

martes, 14 de diciembre de 2010

El Club de la Lucha (II)

Caballeros, bienvenidos al Club de la Lucha.


La primera regla del Club es: no hablar del Club de la Lucha.
La segunda regla del Club es: que ningún socio debe hablar del Club de la Lucha.
En cuanto a la tercera es: si alguien grita basta, flaquea o desfallece, el combate se acaba.
La cuarta: que sólo habrá dos luchadores.
La quinta: sólo habrá una pelea cada vez.
La sexta: se peleará sin camisa ni zapatos.
Séptima regla: las peleas durarán el tiempo que sea necesario.
Y la octava y última regla: si ésta es vuestra primera noche en el Club de la Lucha, tenéis que pelear.

martes, 30 de noviembre de 2010

El Club de la Lucha (I)

Te despiertas en los aeropuertos de Seattle, San Francisco, Los Ángeles, o bien en el de Chicago. El de Dallas, Forth Worth, Baltimore... Vas de la hora del Pacífico a la de las Rocosas. Pierdes una hora, ganas una hora.

AZAFATA: La facturación para ese vuelo se abrirá dentro de dos horas.

Ésa es tu vida, y se está acabando por minutos. Te despiertas en el aeropuerto de Air Harbour. ¿Si te despertaras a otra hora, en otro lugar, te despertarías siendo otra persona?
Viaje a donde viaje, la vida es simple: raciones individuales de azúcar, raciones individuales de leche, de mantequilla, bandeja de pollo al cordon bleu para microondas, champús y cremas suavizantes, muestras de enjuague bucal, diminutas pastillas de jabón... Las personas a quienes conozco en cada vuelo son mis raciones individuales de amigos. Entre el despegue y el aterrizaje es el único tiempo que compartimos.

Si el tiempo de vida es largo, el índice de supervivencia se reduce a cero.

JACK: Yo era perito de una empresa de automoviles. Mi trabajo era aplicar La Fórmula.
ENCARGADO #1: El niño atravesó el parabrisas por aquí. Tres puntos.
JACK: Un modelo fabricado por mi empresa sale a una velocidad de cien kilómetros por hora. La dirección se bloquea.
ENCARGADO #2: El aparato dental del adolescente se incrustó en el cenicero del asiento trasero. Sería una buena publicidad antitabaco.
JACK: El coche se estrelló y ardió atrapando a los que viajaban en él. ¿Debería llamar a la fábrica?
ENCARGADO #1: El padre debía ser muy corpulento.¿Ves esa grasa quemada pegada al asiento con la camisa de polyester? Parece arte moderno.
JACK: A) Se toma el número de vehículos de ese modelo. B) Se multiplica por el índice de probabilidades de fallo. C) Se multiplica por el acuerdo económico acordado sin ir a juicio. A por B por C

JACK: Igual a X. Si el resultado es menor de lo que costaría una llamada a fábrica, no la hacemos.
PASAJERA: ¿Hay muchos accidentes de ese tipo?
JACK: Ni se lo imagina.
PASAJERA: ¿Para qué compañia de automóviles trabaja?
JACK: Una muy importante.

Cada vez que el avión se ladeaba bruscamente durante el despegue o el aterrizaje, rezaba para que nos estrellaramos, o para que hubiera una colisión en el aire, lo que fuera. El seguro de vida paga el triple si mueres en un viaje de negocios.



TYLER: Si su asiento está al lado de una salida de emergencia, o bien si se siente incapacitado para cumplir las funciones descritas en las medidas de seguridad, pídale al asistente de vuelo que le cambie el asiento.
JACK: Es una gran responsabilidad.
TYLER: ¿Cambiamos el asiento?
JACK: No, no soy el adecuado para esa tarea en particular.
TYLER: ¿Para qué la salida de emergencia a 10.000 metros de altura? Ilusión de seguridad.
JACK: Si, supongo...
TYLER: ¿Por qué los aviones llevan mascarillas de oxígeno?
JACK: Para poder respirar.
TYLER: El oxígeno te coloca. En caso de una emergencia respiras hondo debido al panico. De ese modo te vuelves eufórico, dócil, aceptas tu destino. Está todo ahí. Aterrizaje de emergencia a mil kilómetros por hora: caras inexpresivas, tranquilas, como vacas hindúes.
JACK: Es.... una teoría interesante. ¿Tú qué haces?
TYLER: No entiendo.
JACK: ¿A qué te dedicas?
TYLER: ¿Por qué? ¿Para que finjas que te interesa?
JACK: chss.. jeje. De acuerdo...
TYLER: Noto un desespero enfermizo en tu risa.
JACK: Tenemos maletines idénticos.
TYLER: Jabón.
JACK: ¿Cómo?
TYLER: Fabrico y vendo jabón. La civilización se mide por su consumo.

Así fue como conocí a

JACK: Tyler Durden.
TYLER: ¿Sabías que mezclando gasolina con concentrado congelado de naranja fabricarías Napalm?
JACK: No, no lo sabía. ¿Es cierto?
TYLER: Ya lo creo. Puedes fabricar toda clase de explosivos utilizando productos caseros.
JACK: ¿En serio?
TYLER: Siempre que te interese.
JACK: Tyler, te aseguro que eres la ración individual más interesante que he conocido.... En fin, volando te lo sirven todo en raciones individuales, personas indi
TYLER: Ya entiendo. Muy agudo.
JACK: Gracias.
TYLER: ¿Y como te funciona eso?
JACK: ¿El qué?
TYLER: Tu agudeza.
JACK: Bien.
TYLER: Sigue así. Sigue en ello. Ahora, una cuestión de etiqueta: ¿cuando pase quieres que te ofrezca el culo o la bragueta?

Salsa de Carne (III)



31.- ALVARO: (Ordenando las cartas de Magic) Como las tierras no sabía cómo ordenarlas las he puesto a la altura que se encuentra el horizonte.
32.- ITXASO: ¿Te imaginas un tigre negro?
TOR: Con rayas de un color así wachi.
ITXASO: Amarillas molaría
TOR: No amarillas no por que se convertiría en tigrechu y perdería la gracia.
33.- UN YONKI: Ehhh.. ¿Un cigarro?
KRISTIAN: No gracias
.....
KRISTIAN: (al rato) ¿He dicho no gracias?
MANU: ¡Si! ¡Jajajajaja!
34.- KRISTIAN: (Con voz apasionada): ¿¡POR QUÉ!? ¡NO ES JUSTO! Siempre he tratado de ser la mejor puta de este harén.
35.- Haydeé comiendo natillas. York le mira con cara de degenerado.
HAYDEÉ: No Noooooo no lo digas porque si no no podré comerlas
YORK: ¡¡¡¡Semeeeeeeeeeen!!!!
TODOS: ¡¡¡Nnnoooooo!!!!
ALVARO: ¡Já! ¡Joderos todos! Menos mas que yo tengo de chocolate...... ¡Mierda!
36.- ALVARO: ¡Y que me de poder!
37.- ITXASO: Mis pinceles sufren alopecia
38.- EDER: (borracho) Estoy esperando a ver si me viene el pis (5 segundos) Plof! (se cae al suelo)
39.- ALONSO: Alguien tendrá que joderte
40.- MENDIGUREN: ¿No os dais cuentas? Ahora mismo, en una galaxia paralela a esta, en una dimensión espacio-temporal idéntica, en algún planeta remoto, puede haber cuatro lagartos en una campa echándose unos petas y discutiendo sobre estas mismas cosas....eso sí, en su idioma lagártico.
41.- TXUFO: Su voz es como el chillido de un Nazgûl.
ALONSO: Los Nazgûl son como el Reggaetón: hacen daño a los oidos
42.- TRAVIS: ?Sabes quien va a hacer de niño en la nueva de Karate Kid? El hijo de Will Smith
TXUFO: ¡No jodas! ¡Pero si los negros no pueden hacer karate!
43.- EDER: Pero si ese chaval no es más que un crío de 12 años, y se paseaba por la pasarela el día del estreno en EEUU como si se fuese a comer el mundo.
TRAVIS: ¿Qué va a comer ese negro?
44.- EDER: (jugando a Magic) Te ataco con todo esto.
KRISTIAN: ¡y yo te doy por el orto!
45.- EDER: ¡Dime guarradas! ¡Dime cochinadas!
VIGIL: ¡OINK!

domingo, 28 de noviembre de 2010

Salsa de Carne (II)



16.- KRISTIAN: Porno Gay de Negros Pares
17.- KRIS: Imagínate a Eder amamantandose de Adri
18.- VIGIL: ¿Te imaginas las noticias, dentro de un tiempo?: "Nace el primer heavy en cautividad"
19.- ITXASO: ¡Tírale una silla!
TOR: No, que va a teletransportarse una señora en medio
20.- ALVARO: Serpiente: Eva, prueba del fruto prohibido. Eva: ¡Coño! ¡Un tomate que habla!
21.- TXIRI: Anda, levanta, que yo no meto mi pasta en un banco de maricones, y ahora voy donde tu mujer y tu jefe y les digo lo que eres capaz de hacer por dinero.
22.- MENDIGUREN: Yo antes era gudari
23.- CELIA: ¿Tu te crees que se puede ir por la vida rompiendo cabezas a la gente?
ITXASO: Hoy en dia hay que saber como atropellar a la gente
24.- AYMAR: ¿En las Legiones Negras hay mujeres? ¡Yo pensé que era un mundo homoerótico!
25.- YORK: ¿Confiáis en la Providencia, en Buda, en Mahoma?
TRAVIS: ¡¡Yo confío en mi Par De Cojones!!
26.- ALVARO: ¿Qué es? ¿Un pavo?
AYMAR: Con tetas.
ALVARO: Perfecto
27.- YORK: Yo soy de tecnológico. A mi háblame de motores y te entiendo.
ALVARO: ¡Pingas!
YORK: ¡Si, ése es el mejor motor! (Hace gestos fuckantes) ¡¡Aaaaah!! (Se retuerce de dolor) ¡¡Hijos de puta!!
TRAVIS: El amor es el motor que mueve el mundo.
YORK: ¡Tu madre es la que mueve el mundo!
TRAVIS: Claro, por eso está ta gorda.
28.- ALVARO: ¿Travis, que haces?
TRAVIS: Leerme los botones del pantalón, no se lo que pone.
29.- YORK: ¿Qué hora es?
TRAVIS: Ist Krieg.... ¡Es la Hora de la Herramienta, con Tim Allen!
30.- YORK: (Se tira un pedo) Gas ist krieg.
TRAVIS: Eso decian los alemanes.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La Chaqueta Metálica (I)






HARTMAN: Soy el Sargento de Artillería Hartman, vuestro instructor jefe. A partir de ahora únicamente hablareis cuando se os hable. Y la primera y la última palabra que saldrá de vuestros sucios picos será señor. ¿Me entendeis bien, capullos?
TODOS: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: ¿Qué coño? ¡No os oigo. ¡Gritad como si tuvierais huevos!
TODOS: ¡SEÑOR, SI, SEÑOR!
HARTMAN: Si alguno de vosotros, nenas, sale de esta isla, si sobrevivís al entrenamiento, seréis como armas; ministros de la muerte, siempre en busca de la guerra. Pero hasta ese día sois una cagada. Lo más bajo y despreciable de la tierra. Ni siquiera algo que se parezca a un ser humano. Sólo sois una cuadrilla de desgraciados. Una panda de mierdas inútiles pasados por agua. Como soy muy duro se que no voy a gustaros, pero cuanto peor os caiga mejor aprenderéis. Soy duro pero soy justo, y aquí no hay ninguna intolerancia racial. Yo no desprecio a nadie por que sea negro, judío, latino o chicano. Aquí todos sois igual de insignificantes. Y mis órdenes son acabar con todos aquellos que no sean capaces de dar la talla en mi amado cuerpo. ¿Me entendéis, capullos?
TODOS: ¡SEÑOR, SI, SEÑOR!
HARTMAN: ¡Coño, más alto, no os oigo!
TODOS: ¡¡¡SEÑOR, SI, SEÑOR!!!
HARTMAN: ¿Cómo te llamas, pichafloja?
RECLUTA COPO DE NIEVE: ¡Señor, Recluta Brown, señor!
HARTMAN: Desde ahora te llamas recluta Copo de Nieve. ¿Te gusta el nombre?
RECLUTA COPO DE NIEVE: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: Pues te voy a decir una cosa que no te va a gustar, Copo de Nieve. Aquí en mi cantina no vas a poder comer todos los dias pollo frito y sandía.
RECLUTA COPO DE NIEVE: ¡Señor, si, señor!
RECLUTA BUFÓN: ¿Eres tu John Wayne, o soy yo?
HARTMAN: ¿Quién ha dicho eso? ¿Quién coño lo ha dicho? ¿Dónde está ese comunista de mierda, la maricona soplapollas que acaba de firmar su sentencia de muerte? ¿Nadie, eh? Por lo visto ha sido la reina de los mares. Os voy a triturar, vais a hacer ejercicio hasta reventar. Vais a hacer instrucción hasta que se os quede el culo como mantequilla. ¿Has sido tú, rata asquerosa? ¿¡Eh!?
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, no, señor!
HARTMAN: Eres un cagao y pareces un gusano inmundo. Juro que fuiste tú.
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, no, señor!
RECLUTA BUFÓN: ¡Señor, fui yo, señor!
HARTMAN: Vaya, no me jodas. ¿Qué tenemos aquí? ¿Un jodido bromista? ¿Un bufón? Admiro tu honradez. Si coño, me gustas tanto que te invito a mi casa a tirarte a mi hermana. Sólo eres un pichafloja. Me quedo con tu nombre y me quedo contigo. No te vas a reir, ni vas a llorar. Vas a aprender de carrerilla. Yo te voy a enseñar. Y ahora levanta. ¡Ponte en pie! Mejor será que no me encabrones, porque si no te abro la cabeza y te follo hasta el hígado.
RECLUTA BUFÓN: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: Recluta Bufón, ¿para qué te alistaste en mi amado cuerpo?
RECLUTA BUFÓN: ¡Señor, para matar, señor!
HARTMAN: ¿Te gusta matar?
RECLUTA BUFÓN: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: A ver, pon cara de pelea.
RECLUTA BUFÓN: ¿Señor?
HARTMAN:  Es eso cara de pelea? ¡AAAAAAHHH! Esto si es cara de pelea. Venga, pon cara de pelea.
RECLUTA BUFÓN: ¡AAAAAAAHHH!
HARTMAN: ¡Puta mierda! No me convences, pon cara de pelea de verdad.
RECLUTA BUFÓN: ¡¡¡AAAAAAAHHH!!!
HARTMAN: No me das miedo. ¡Sigue con ello!
RECLUTA BUFÓN: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: ¿Cuál es tu excusa?
RECLUTA COWBOY: ¿Señor, excusa de qué, señor?
HARTMAN: Yo soy el único que hace preguntas aquí. ¿Lo entiendes, recluta?
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: Te lo agradezco mucho basura. Ahora, ¿me dejas continuar?
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: ¿Qué te pasa? ¿Esta nervioso?
RECLUTA COWBOY: Señor, lo estoy, señor.
HARTMAN: ¿Te pongo yo nervioso?
RECLUTA COWBOY: Señor...
HARTMAN: ¿¡Señor qué!? ¿¡Estabas a punto de llamarme gilipollas!?
RECLUTA COWBOY: Señor, no, señor.
HARTMAN: ¿Cuánto mides recluta?
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, 1,80, señor!
HARTMAN: ¡1,80! No sabía que una mierda podía ser tan alta. ¿Quieres meterme unos centímetros de clavo, eh?.
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, no, señor!
HARTMAN: ¡Chorradas! Me parece que la leche de tu padre entró por el culo de tu mamá y acabó como una manchita marrón en la sábana. ¡Te han tomado el pelo! ¿Y de donde coño eres, recluta?
RECLUTA COWBOY: Señor, de Texas, señor.
HARTMAN: ¡¡Noooo me jodas!! En Texas solo hay vacas y maricones, recluta Cowboy, y tú no te pareces mucho a una vaca. Así que ya sabemos lo que eres. ¿Te gusta mamar pollas?.
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, no, señor!
HARTMAN: ¿No te tragas los rabos?
RECLUTA COWBOY: ¡Señor, no, señor!
HARTMAN: Tu debes de ser de esos tipos desagradecidos, que cuando están dando por el culo no tienen ni el detalle de hacerle una paja al otro. No te perderé de vista.
HARTMAN: ¿A tus padres les queda algún hijo vivo?
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: Seguro que están arrepentidos. Eres tan feo que podrías estar en un museo de arte moderno. ¿Cómo te llamas, gordo de mierda?
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, Leonard Lawrence, señor!
HARTMAN: ¿Lawrence? ¿Lawrence de qué? ¿De Arabia?
RECLUTA PATOSO: Señor, no, señor.
HARTMAN: Ese nombre me suena a realeza. ¿Eres tú de la casa real?
RECLUTA PATOSO: Señor, no, señor.
HARTMAN: ¿Te gusta mamar pollas?
RECLUTA PATOSO: Señor, no, señor.
HARTMAN: Tu chuparías hasta una pelota de golf metida en una manguera.
RECLUTA PATOSO: Señor, no, señor.
HARTMAN: No me gusta lo de Lawrence. Sólo los maricones y los marineros se llaman Lawrence. Desde hoy serás el recluta Patoso.
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: ¿Te parezco un listillo, recluta Patoso? ¿te parezco gracioso?
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, no, señor!
HARTMAN: Entonces borra esa sonrisita de tu cara.
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: ¿A qué coño estás esperando, corazón?
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, lo intento, señor!
HARTMAN: Reculta Patoso, te doy 3 segundos. Exactamente 3 puñeteros segundos para que borres esa estúpida sonrisa de tu cara, si no quieres que te saque los ojos y empiece a correrme en tu mollera. ¡1...2...3!
RECLUTA PATOSO: Señor, no puedo, señor.
HARTMAN: ¡Chorradas!, ponte de rodillas, pichafloja. Ahora ahogate. ¡No me jodas! Con mi mano, caraculo. No tires de mi mano hacia ti, he dicho que te ahogues no que te ahogue yo. Venga, ven hacia aquí, y ahógate. ¿Has acabado de sonreír?
 RECLUTA PATOSO: Señor, si, señor.
HARTMAN: Más alto coño. No te oigo.
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, si, señor!
HARTMAN: Sigo son oírte. Grita como si tuvieras 2 cojones.
RECLUTA PATOSO: ¡¡Señor, si, señor!!
HARTMAN: Así está bien, ponte en pie. Recluta Patoso, quiero que pierdas el culo hasta que cagues pepitas de oro sobre mi cabeza, y si no lo haces te voy a joder vivo.
RECLUTA PATOSO: ¡Señor, si, señor!

martes, 23 de noviembre de 2010

V de Vendetta (II)

¡Buenas tardes, Londres!
Permitid que, primero, me disculpe por ésta interrupción. Yo, como muchos de vosotros, aprecio la comodidad de la rutina diaria, la seguridad de lo familiar, la tranquilidad de la monotonía. A mi, me gusta tanto como a vosotros.

Pero con el espiritu de conmemorar los importantes acontecimientos del pasado normalmente asociados con la muerte de alguien, o el fin de alguna terrible y sangrienta batalla, y que se celebran con una fiesta nacional, he pensado que podriamos celebrar este 5 de Noviembre, un día que, lamentablemente, ya nadie recuerda, tomándonos cinco minutos de nuestra ajetreada vida para sentarnos y charlar un poco.



Hay, claro está, personas que no quieren que hablemos. Sospecho que en este momento estarán dando órdenes por teléfono, y que hombres armados ya vienen de camino. ¿Por qué? Porque mientras pueda utilizarse la fuerza, ¿para qué el diálogo? Sin embargo, las palabras siempre conservarán su poder. Las palabras hacen posible que algo tome significado, y si se escuchan, enuncian la verdad. Y la verdad es que en este país algo va muy mal, ¿no?

Crueldad e injusticia, intolerancia y opresión. Antes teníais libertad para objetar, para pensar y decir lo que pensábais. Ahora tenéis Censores y sistemas de vigilancia que os coartan para que os conforméis y os convirtáis en sumisos. ¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Quién es el  culpable? Bueno, ciertamente, unos son más responsables que otros y tendrán que rendir cuentas. Pero, la verdad sea dicha, si estáis buscando un culpable, sólo tenéis que miraros al espejo.

Se porqué lo hicisties. Se que teníais miedo. ¿Y quién no? Guerras, terror, enfermedades... Había una plaga de problemas que conspiraron para corromper vuestros sentidos y sorberos el sentido común. El temor pudo con vosotros y presas del pánico acudisteis al actual Lider, Adam Sandler. Os prometió orden. Os prometió paz. Y todo cuanto os pidió a cambio fue vuestra silenciosa y obediente sumisión.

Anoche intenté poner fin a ese silencio. Anoche destruí el Old Bailey para recordar a este país lo que ha olvidado. Hace más de 400 años un gran ciudadano deseó que el 5 de Noviembre quedara grabado en nuestra memoria. Su esperanza era hacer recordar al mundo que justicia, igualdad y libertad son algo más que palabras: son metas alcanzables.

Así que si no abris los ojos, si seguis ajenos a los crímenes de este gobierno, entonces, os sugiero que permitais que el 5 de Noviembre pase sin pena ni gloria. Pero si veis lo que yo veo, si sentís lo que yo siento, y si perseguís lo que yo persigo, entonces, os pido que os unáis a mi, dentro de un año, ante las puertas del Parlamento, y juntos, les haremos vivir un 5 de Noviembre que jamás, jamás, nadie olvidará.

Salsa de Carne (I)


1.- TXUFO: ¿Te imaginas a Blade comprando en el Eroski?
2.- MENDIGUREN: ¿Tú qué opinas de los alcaides de las cárceles?
3.- MENDIGUREN: Tras dos meses siendo vegetariano, al saborear aquel trozo de chorizo del cocido en mi boca sentí que la vida es ARTE
4.- MANU: Si te gustan el color rojo, o los gatitos,o los gatitos rojos, lo tuyo es Bellas Artes.
5.- MENDIGUREN: ¿Manu, tu desde cuando hablas con los animales?
6.- EDER: Álvaro, para ti ese chaleco ya es como algo sagrado, ¿no?
7.- Estando en el cuadrado Adrian, Manu, Igor, Iñigo, Txufo, Kristian y Kristina
KRISTIAN: Aprovechamos ahora para jugar a la botella que somos todo hombres
8.- Mientras se lía un porro; MENDIGUREN: Sois unos putos drogatas de AscoDeVida!!!
9.- VIGIL: Bua, sería genial darle una ostia en las costillas flotantes a alguien con el pie, así, con el talón en la punta!
10.- ITXASO: ¿De qué hablais?
TRAVIS: Nada, nada
ITXASO: No, en serio, ¿de qué hablais?
TRAVIS: Na, déjalo.
ITXASO: Venga, va, decidme de qué hablais
TRAVIS: Que no quieres saberlo....
ITXASO: Que sí, venga. ¿De qué hablais?
TRAVIS: DE TUS TETAS, COÑO!!!
YORK:  Pa que preguntes la próxima vez.
11.- KRISTINA: Me huele el culo a sidra
12.- MENDIGUREN, TRAVIS Y YORK: GGGGGGGAAAAAAASSSSSSS
13.- EDER: Fua, por un momento he pensado que no llevaba los calzoncillos puestos.
14.-  ANDER SAGASTIBERRI: En camino viejo siempre hay barro.
15.- TRAVIS: Porque al dedo pequeño se le llame meñique, a un niño pequeño no le llamas niño meñique.

lunes, 22 de noviembre de 2010

V de Vendetta (I)

En esta noche tan prometedora, permíteme que en lugar del banal sobrenombre sugiera el carácter de esta dramatis persona.

Voilà!
A primera vista, un humilde veterano de vodevil en el papel de víctima y villano por vicisitudes del destino. Este visage, ya no mas velo de vanidad, es un vestigio de la vox populi, ahora vacua, desvanecida. Sin embargo, esta valerosa visión de una extinta vejación se siente revivida y ha hecho voto de vencer el vil veneno de estas víboras en avanzada que velan por los violentos viciosos y por la violación de la voluntad.



El único veredicto es venganza, vendetta, como voto, y no en vano, pues la valía y veracidad de esta un día vindicara al vigilante y al virtuoso.

La verdad, esta vichyssoise de verborrea se está volviendo muy verbosa, así que solo añadiré que es un verdadero placer conocerte, y que puedes llamarme V.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Diario de Rorschach. Última Entrada

Veidt está detras de todo. ¿Por qué? ¿Qué pretende? No cabe imaginar rival más peligroso. Solía bromear diciendo que era tan veloz que podía atrapar una bala. Podría matarnos a ambos el solo en la nieve. Allí es donde vamos: a la Antartida.

Esté vivo o muerto cuando lean esto, espero que el mundo sobreviva el tiempo suficiente como para que este diario llegue a su poder. He vivido mi vida sin rendirme jamás, y me adentro en las sombras si quejas, ni lamentos.

Rorschach. 1 de Noviembre.

System Of A Down - Chop Suey! -> http://www.youtube.com/watch?v=466VHt8KldM

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Francisco de Quevedo - Amor constante mas allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

martes, 9 de noviembre de 2010

Diario de Rorschach. 21 de octubre de 1985

En la Cuarenta y tres con la Séptima he visto a Dreiberg y Júpiter salir de una cafetería. No me han reconocido sin mi máscara. Son amantes; le ha partido el corazón a Manhattan para provocar su exilio, y hacerle un hueco a Dreiberg. ¿De verdad tiene Manhattan un corazón que se pueda partir?

El que atentó contra Veidt era un miserable llamado Roy Chess. En su apartamento encontré varias pistas. Al parecer, trabajaba en Pyramid Transnational. He visto ese logotipo antes, en casa de Molock.

Sonata Arctica - Die With Your Boots On (Iron Maiden cover) -> http://www.youtube.com/watch?v=3vPg2V2aouM

lunes, 8 de noviembre de 2010

¿Por qué hoy...

...la lluvia no me reconforta?
Veo las gotas caer, y pienso en todo lo que simboliza para mi. La lluvia, el agua, la vida. Siempre me ha gustado correr, cantar, gritar y bailar bajo la lluvia. En este mundo frio, descorazonador, donde te sientes parte de tan pocas cosas y de tan poca gente, el sentir la lluvia empapandome, refrescandome, me hacia sentir algo raro: me hacia sentir que era parte de algo mucho más grande que cualquiera de nosotros.
Sin embargo hoy no me siento así. Siento que si salgo ahí afuera, no podré ni correr, ni cantar, ni gritar, ni bailar. Simplemente me quedaría quieto bajo la lluvia, cansado y derrotado, mirando al cielo, y dejando que las gotas de lluvia se deslicen por mis mejillas, emulando las lágrimas que soy incapaz de encontrar en mi interior.
Hoy cae la lluvia sobre mi ciudad, pero no me siento feliz. Cada gota que veo deslizarse por el cristal de mi ventana ya no me evoca renacimiento, ni renovación, ni purificación. Cada gota que veo deslizarse hasta perderse, solo me recuerda cada lágrima que debería ser capaz de derramar, pero que no es así.

domingo, 7 de noviembre de 2010

La Larga Marcha - Stephen King

Dedicado a toda la gente que se queja del humo de los fumadores, que dicen que les matamos lentamente.

-¿Sabeis a qué se dedicaba mi tío? -dijo Baker de improviso.
Estaban cruzando un túnel sombrío de árboles rebosantes de hojas, y Garraty estaba intentando olvidar a Harkness y a Gribble y concentrarse en la sensación de frescor.
-¿A qué? -preguntó Abraham.
-Tenía una funeraria -informó Baker.
-Magnífico -respondió Abraham, sin interés.
-Cuando yo era pequeño, siempre me preguntaba... -Baker no terminó la frase. Pareció perder el hilo de lo que estaba diciendo, miró a Garraty y sonrió. Era una sonrisa muy especial-. Me preguntaba quién le embalsamaría a él. Igual que uno se pregunta quien le corta la barba al barbero o quién opera de cálculos renales al cirujano. ¿Comprendes?
-Se necesitan muchos riñones para llegar a médico -dijo McVries en tono solemne.
-No, no. Ya sabes de qué estoy hablando.
-Está bien -intervino Abraham-. ¿A quién llamaron cuando llegó el momento?
-Sí -añadió Scramm-. ¿A quién?
Baker levantó la mirada hacia las ramas gruesas y enroscadas bajo las cuales estaban pasando y Garraty volvió a apreciar que Baker parecía agotado. Claro que ninguno de ellos tenía mejor aspecto, añadió para sí.
-Vamos -dijo McVries-. No nos tengas en ascuas. ¿Quién le enterró?
-Ésta es la broma más vieja del mundo -murmuró Abraham-. Ahora, Baker dirá: "¿Y qué os hace creer que ha muerto?"
-No, no -dijo Baker-. Murió hace seis años, de cáncer de pulmón.
-¿Fumaba mucho? -preguntó Abraham mientras saludaba agitando la mano a una familia de cuatro personas con un gato.
El animal iba sujeto con un lazo y era de raza persa. Parecía miserable y resentido.
-No, nisiqueira en pipa -informó Baker-. Tenía miedo de que le provocara cáncer.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Feliz 5 de Noviembre!

Remember, remember the 5th of november, the gunpowder, treason and plot, I know of no reason why the gunpowder treason should ever be forgot

 http://www.youtube.com/watch?v=_lDPZGbKcig&feature=related

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Espejo Rojo - Capítulo 2

CAPÍTULO 2

SOMBRAS ESCURRIDIZAS




Como podréis imaginar, a la mañana siguiente, cuando Moe me agitó bruscamente para despertarme, no me acordaba de absolutamente nada. Yo os lo puedo contar todo ahora porque todos estos recuerdos volvieron a mí la noche de mi vigésimo cumpleaños, junto a otras cosas que también había olvidado. Pero aquella mañana fría y nubosa, cuando me desperté en medio del cementerio, no sabía que hacíamos allí, ni qué había pasado.
Moe, Diego y David estaban igual que yo. Doloridos por pasar la noche tumbados en la piedra, ateridos por el frío, hambrientos y confusos. Lo último de lo que nos acordábamos los cuatro, tras poner nuestros recuerdos en común mientras volvíamos al pueblo, era oír el llanto detrás de nosotros. Yo expuse una teoría que me parecía la más plausible, y que había oído incontables veces en Cuarto Milenio. Habíamos visto algo que nuestras mentes, por nuestro propio bien, habían decidido borrar de entre nuestros recuerdos. Amnesia selectiva. Ninguno estaba muy convencido con mi teoría, pero a falta de algo mejor, la aceptamos como válida. Aún era muy temprano. El día sólo clareaba, no eran ni las siete de la mañana. Nos apuramos cada uno rápidamente a nuestras respectivas casas, con la esperanza de no levantar a nadie y que nuestra larga ausencia pasase desapercibida (aunque en mi caso poco importaba, a mis viejos les dan igual mis idas y venidas), y quedamos después de comer en  el Polear.

Entré en mi casa con cuidado de no hacer ruido con la puerta, ni al abrirla ni al cerrarla, y tras hacerlo y darme la vuelta, me comí de lleno una silla, que golpeó contra la mesa que hay en medio del hall, el único mobiliario de esa habitación de la casa. Jodida ley de Murphy. Dejé las llaves dentro del cenicero que había en la mesa, y me dirigí a la segunda puerta de la derecha, mi habitación, con la esperanza de que mi vieja no se levantase a ver que había producido el ruido. Por la hora, podría pensar que era un camión que pasara por la carretera. Sin embargo, antes de alcanzar mi puerta, vi a través del cristal de la puerta doble que hay en un extremo del hall una silueta.
Pillado.
Bronca.
Sin embargo, me sentía completamente deshecho, sin ninguna fuerza para aguantar gritos, así que me metí en mi cuarto, me desnudé, dejando la ropa en un sillón, que junto a un armario, dos camas y una mesita de noche con una lámpara, era lo único que había en la habitación, y me metí en la cama, sin molestarme en ponerme nada encima.

Me desperté a las dos y media, con los ruidos de mi vieja poniendo la mesa. Había dormido casi 8 horas, pero me seguía sintiendo bastante cansado. Me puse la ropa del día anterior, y salí de la habitación, a la vez que se abría la puerta de la calle. Mi hermano entró con la bicicleta y la música puesta a tope, como siempre, y la metió en la habitación de enfrente a la nuestra, que era la “habitación de invitados”, aunque en la vida nos había venido ningún invitado a la casa, y la usábamos para guardar trastos.
-Buenos días, imbécil –le saludé, con una sonrisa.
Él pasó junto a mí, devolviéndome el saludo con una inclinación de cabeza. No había oído nada.
-No insultes a tu hermano.
La voz de mi padre salió de la puerta de al lado, la sala. Me asomé, y ahí estaba tirado en un sofá, una mano bajo su cada vez más calva cabeza, con la cada vez más grande barriga al aire, y una cerveza sobre ella. En la televisión, los Simpsons. Por azares de la vida, Homer estaba exactamente igual que él. Sin poder contener la risa, atravesé la puerta doble, y fui a la cocina detrás de mi hermano.
Sólo tenía 14 años, y aún así, ya era mucho más alto que yo, y muy delgado. Tan delgado, que sería más correcto decir que era largo. Más que un día sin pan. El pelo corto, con una coletilla a lo joven padawan, y la misma cara que mi padre. Era prácticamente igual, sólo que sin arrugas ni bolsas bajo los ojos, y sin la barba.
Fuimos los dos a la nevera, y como buenos hermanos, nos peleamos por la botella de agua. Puede que me saque 15 centímetros, pero yo le saco 15 kilos, y le gané de largo. Dentro de un par de años, no creo que sea capaz de hacerlo.
-¡No bebáis a morro! ¡Tenéis los vasos en la mesa, que por cierto, he puesto yo, y tendrías que hacerlo vosotros! ¡Llamad a vuestro padre, que la comida ya está hecha! -nos gritó nuestra madre a nuestras espaldas. Mi madre no sabe hablar, sólo gritar. Da igual que esté de buen o de mal humor, que te esté echando la bronca que felicitándote, ella sólo grita. Es más baja, y definitivamente gorda, con las orejas hacia afuera, la nariz puntiaguda y unos ojillos pequeños. Siempre me había parecido un enano cabreado.
-¡Aitaaaa! ¡A comeeeer! –gritó mi hermano, ganándose una toba por parte de mi madre.
-¡Eso ya lo sé hacer yo! ¡Vete a decírselo a la sala!
La buena vida en familia, siempre igual. Me senté a la mesa, mientras mi hermano iba a buscar a mi padre, y cuando estuvimos los cuatro sentados a la mesa y mi madre sirvió la comida, me abalancé sobre el plato de lentejas. No es comida de mi predilección, pero al olerlas descubrí que estaba realmente hambriento. Me las ventilé en un visto y no visto, y me serví otro plato. Entonces, mientras yo atacaba mi segunda ración de aquellas legumbres, mi madre me vino con la pregunta que yo llevaba temiéndome toda la comida.
-¿¡A que hora llegaste ayer!?
Sin embargo, en su voz había algo raro, algo que yo no acababa de creerme. No estaba enfadada (pese a comunicarse solo por gritos, yo había aprendido a diferenciar sus estados de animo). Levanté la vista de mi plato, la miré a la cara, y vi una expresión afable. “Aquí hay gato encerrado”  pensé yo. Me había visto llegar a casa, y sabía la hora que era. Quizá creía que yo no la había visto, y trataba de jugármela, así que decidí decirle la verdad.
-Sobre las siete, o algo así.
Me metí otra cucharada de lentejas en la boca, y lo mastiqué lentamente, mientras esperaba un grito como “¡SI, TE OYERON HASTA LOS VECINOS!”, pero la respuesta me dejó completamente descolocado
-¡Pues no te oí llegar! ¡Y mira que a esas horas me despierto con cualquier ruido!
No conocía la táctica que estaba usando, ni que se proponía, así que opté por hacer lo mejor: meterme otra cucharada de lentejas, y no abrir la boca. Sin embargo, para mi sorpresa, nadie dijo nada más, y acabamos la comida en paz.

Mientras estaba fregando los cacharros, me sonó el móvil. Descolgué y me puse el teléfono como malamente pude entre la oreja y el hombro mientras acababa. Diego, David y Moe llevaban ya un rato esperándome. Terminé de fregar, me pegué una ducha en un par de minutos, me puse ropa limpia, toda blanca, por que hacía un calor horrible a esas horas, y salí de casa.

Mi pueblo no es muy grande. En sus buenos tiempos llegó a albergar a unas mil personas, aunque ahora solo quedan trescientas viviendo todo el año, y quizá lleguemos a cuatrocientas en verano. Las casas, todas familiares, pegadas unas a las otras forman un par de calles a un lado de la carretera nacional que lo divide justo por el medio, y otro par al otro lado. Tiene siete bares, una iglesia, una gasolinera que quebró hace un par de años, una plaza de toros y un parque infantil. Muy pintoresco todo.
El Polear, el sitio donde solíamos quedar, era un banco flanqueado por dos árboles inmensos en un extremo del pueblo. Detrás del Polear ya sólo se extendían campos de cultivo y pastos para las vacas y las ovejas durante kilómetros y kilómetros.

Cuando llegué allí, David estaba tirado a la sombra de un árbol, Diego subido en una rama baja y gruesa, y Moe tumbado en el banco. Cada uno tenía una cerveza en la mano. Al oírme llegar Moe se incorporó, me saludó y me lanzó otra lata.
-Que detalle, Moe. Tú no eres muy dado ha hacer este tipo de regalos.
-Nadie ha dicho que lo sea.
-Como siempre, más rata que un catalán –dijo David.
No pude más que sonreír. David era catalán, y Moe salmantino.
-Está bien, te pagaré la siguiente –le concedí.
Me senté en el respaldo del banco, que era de piedra y estaba fresquito, poniendo los pies en el asiento, abrí la lata, y le pegué un largo trago.
Durante un rato, lo único que se oyó fue el murmullo de las hojas agitadas por el viento, y el piar de algún pajarillo que tenía su nido en el árbol en el que estaban Diego y David. Moe se sacó un cigarrillo, se lo llevó a los labios, sacó un zippo, recuerdo de su padre, lo abrió (¡clac!) se encendió el cigarrillo, lo cerró (¡clic!) y se lo guardó. Siempre me han gustado los zippos, me parecen muy elegantes. Se lo pedí, yo mismo me saqué un cigarrillo, me lo encendí, y tras admirar el brillo del sol en su superficie plateada, donde estaba grabada la fecha de nacimiento de Moe, se lo devolví. Acto seguido, David y Diego también se pusieron a fumar. Síndrome del Fumador, que diría mi buen amigo York. Cuando alguien se enciende un cigarrillo, cualquier fumador cercano, en menos de dos minutos, se habrá encendido uno también. Fumamos en silencio durante un par de minutos. Finalmente, Moe le dio un tiro largo, retuvo el humo unos cuantos segundos, y expiró lentamente. Sus ojos verdes, sus labios finos, su cara ancha, hasta su sempiterna cresta en su pelo negro transmitían preocupación y turbación. Hizo una pregunta que fue sólo un susurro, tan bajo, que más parecía una pregunta formulada para si mismo que para el resto.
-Tíos, ¿Qué nos pasó anoche?
Otro rato de silencio. Ninguno sabíamos que responder, así que volví a mi teoría:
-¿Amnesia selectiva?
-¿Y eso de que nos sirve? –preguntó David, enfadado de repente- Si tienes razón, ¿Qué coño significa eso? ¿Qué es lo que vimos anoche como para que nuestras mentes lo hayan borrado?
-Tío, que yo no tengo la culpa –me defendí- pero se me ha ocurrido una manera de recordarlo.
Diego saltó de la rama en que todavía estaba al suelo, le dio la última calada a su cigarro, lo tiró al suelo, y lo aplastó con el talón desnudo. Sólo llevaba unos pantalones cortos negros y una camisa blanca abierta.
-Te conozco como si te hubiera parido –me dijo, mientras sus ojos, de un azul tan claro que siempre me había parecido antinatural, se clavaban en los míos- terapia de choque, ¿verdad, jodido extremista?
Le sonreí, y el me devolvió la sonrisa, mientras asentía, y sus rizos negros bailaban alegremente alrededor de su cabeza.
-¿Qué coño significa terapia de choque? –preguntó Moe, bastante nervioso. Era el único que no lo había entendido, por que fue David el que le contestó.
-Ziprus pretende que subamos esta noche al cementerio de nuevo, y por la sonrisa de Diego, yo diría que le apoya. Y la verdad, yo también tengo intención de descubrir que coño se esconde en mi cabeza, así que también voy.
-Que remedio –suspiró Moe-. Yo también quiero descubrir que es lo que pasó anoche. Contad conmigo.

Pasamos el resto de la tarde exactamente en el mismo sitio, levantándonos sólo para ir a por más cervezas al bar más cercano (donde Moe me hizo pagarle la cerveza que le debía), y hablando de las fiestas del pueblo, que iban a ser pronto, aunque era solo una fachada, ya que por dentro no dejábamos de preguntarnos que era lo que nos había pasado esa noche en el cementerio. Yo había cambiado mi lugar, me había tumbado a la sombra del otro árbol, justo en frente de David, y era al único que le veía la cara. Llevaba el pelo muy corto, casi rapado. Tenía las orejas pequeñas, la nariz pequeña, y los labios pequeños, aunque era proporcionado. Era muy pálido, y sus ojos negros y grandes resaltaban en su cara. Y yo podía leer en todo ello la tensión, la impaciencia, y un poco de miedo. Casi hasta podía ver bajo su ropa sus músculos en tensión, como cuando esperaba una pelea. Hacía Taekwondo desde pequeño, y siempre andaba de gresca en gresca, al estilo de los antiguos guerreros, buscando a alguien que pudiese con él. Hasta la fecha, el muy cabrón no había a encontrado a nadie.
Miré a Moe, tumbado en el banco e intentando ponerse la lata de cerveza en equilibrio sobre la frente, y busqué a Diego entre las ramas de los árboles, pues había subido mucho más buscando un nido. Pensé que en los dos tendrían la misma expresión que David. Exactamente la misma que debía de tener yo. Cuando las campanas de la iglesia dieron las nueve en punto, nos fuimos cada uno a nuestra casa a cenar, quedando una hora más tarde en la plaza del ángel.

-¡Ya he llegado! –grité al entrar en casa- ¡Que bien huele! ¿¡Que hay para cenar!?
Nadie me respondió, así que decidido a descubrirlo, me encaminé a la cocina, pero vi a mi madre andando entre los trastos de la habitación de los invitados y entré a ver si necesitaba ayuda.
-¿Quieres que te…?
Me quede con la palabra en la boca. No había nadie en la habitación. Sólo había visto una sombra con el rabillo del ojo al pasar por delante de la puerta, sin embargo habría jurado que había alguien ahí dentro.
-¡La cena ya está en la mesa, y se esta enfriando!
Pegué un salto que casi llego al techo. Mi madre me estaba gritando prácticamente en el oído, y entre lo del cementerio y lo que acababa de pasar, tenía los nervios de punta.
-¡Vamos, a cenar, o te quito el plato de la mesa!
Y salió de la habitación. Yo miré una vez más a mí alrededor, y al no ver nada, fui a cenar. Supuse que era sólo producto de mi imaginación, un poco desbocada después de la aventura de la noche anterior. Con un poco de suerte, mi terapia de choque funcionaría, y otra vez volvería a la normalidad. Siempre y cuando lo que recordásemos no fuese demasiado traumático.

Llegué a la plaza del ángel cuando las campanas daban las diez y media de la noche. Como siempre, llegaba tarde, y ya estaban los tres esperándome. Curiosamente, los cuatro íbamos vestidos de negro.
-Lo siento mucho, tíos, pero no encontraba esto.
Saque de un bolsillo dos pequeñas linternas de LEDs que utilizaba mi padre en el trabajo, que son bastante potentes, y le di una a David. La otra me la quedé yo. Diego tenía una pequeña linterna en el llavero, y Moe su zippo.
-Bueno, pues vamos ya. –Dijo Diego- pero mejor por el camino largo.
Hay dos caminos que llevan al cementerio. Uno que es prácticamente en línea recta, pero que durante un trecho está rodeado de casas, y no queríamos que nadie nos viese subir al cementerio. Luego siempre nos echaban la culpa si aparecían cosas rotas. El camino largo salía por el otro extremo del pueblo, rodeaba un par de tierras, la colina en la que estaba el cementerio, y subía por la parte de atrás.
Andamos rápido, ya que gracias a la luz de las linternas se podía ver perfectamente, y no teníamos miedo de pisar alguna de las muchas piedras que había en el camino y partirnos un tobillo (a Moe ya le había ocurrido una vez) y llegamos en 15 minutos al cementerio.
Al llegar a la entrada, Moe se adelantó, abrió el candado y la puerta, y nos franqueó el paso.
David y yo avanzábamos delante, con las linternas, iluminando todo lo que podíamos, mientras caminábamos por el camino de piedrecillas. Diego habló detrás de nosotros:
-Esto todavía lo recuerdo. Llegamos hasta las escaleras, y al subirlas fue donde nos asustamos al ver a Moe corriendo hacia nosotros –aquí le pegó un puñetazo en el hombro- Luego avanzamos, y al estar a punto de llegar a la tumba de Angélica, oímos el llanto detrás nuestro. Es ahí cuando mis recuerdos se acaban.
-Los míos también –corroboró Moe- No es como en las películas: “Todo esta borroso…” No esta borroso. Simplemente, no está.
Divagaba, pensé yo.
Llegamos hasta la tumba de Angélica. Nos quedamos mirándola unos instantes, mientras David y yo la iluminábamos con las linternas. Estaba exactamente igual que la última vez que la vi, y de eso hace ya un par de años. Luego nos dimos la vuelta, como debimos darla la noche anterior. Nuestras linternas iluminaban el camino, las tumbas de alrededor, el árbol al final del camino, creciendo junto al muro. Nos quedamos casi un minuto así.
-¿Alguien siente algo? –preguntó David. Todos negamos con la cabeza- Yo tampoco.
Empecé a mover la luz de la linterna por todo el camino, buscando algo, hasta que me fijé en algo del camino.
-Mirad allí.
Me acerqué hasta lo que me había llamado la atención, y los demás me siguieron.
Todos me rodearon, y se quedaron mirando al suelo, donde yo tenía dirigido el círculo de luz de mi linterna.
-Yo no veo nada –dijo Moe- ¿Nos lo explicas?
-Mirad el resto del camino.
Barrí todo el camino con el haz de luz.
-¿No veías la diferencia? Aquí pasó algo anoche. Todas las piedras y el polvo del camino están removidas, mucho mas de lo que lo haría alguien al andar, como si alguien se hubiese peleado aquí. Y no solo eso. Las piedras están algo ennegrecidas. –iluminé la tumba que había al lado nuestro, para confirmar mis sospechas- ¡Eso es! ¡Mirad!
En el suelo había algo que con un poco de imaginación se podía reconocer como los restos de un ramo de flores envuelto aún. Se había quemado, por lo que se había convertido en poco más que un montón de plástico con algo de colorido. La parte baja de la tumba, y la hierba de alrededor, estaban chamuscadas.
-Aquí se quemó algo. –Dictaminé-.
-Entonces, me estas diciendo –dijo Diego con voz escéptica- que aquí pasó algo que hizo que toda la tierra se removiera. Y además, hay signos de que aquí ha habido fuego. ¿Pretendes que quemaron algo aquí que mientras se quemaba se agitaba y se removía? ¿Qué quemaron algo vivo?
No quería hacerlo, pero en ese momento me embargó la necesidad de hacer uso de mí, tan odiado por muchos, “humor negro”, por definirlo de alguna forma.
-Que quemaron….o que quemamos algo vivo. ¿Acaso alguno de vosotros a recuperado algún recuerdo? ¿No, verdad? Pues todas las hipótesis siguen abiertas.
No lo creía en absoluto, pero me divirtió bastante ver la cara horrorizada de todos al oírme decirlo. Después la necesidad pasó, y me sentí un poco mal por ellos, ya que por mi tono serio, se lo habían creído completamente.
-Naaaa, no creo que ocurriese nada así. Nos despertamos en el mismo sitio en el que nos desvanecimos, según nuestros recuerdos, por lo que mi teoría es que al girarnos vimos algo, y nos desmayamos. No creo que hiciéramos nada.
-Entonces, tu terapia de choque –me espetó David con voz acusatoria- nos ha traído más preguntas que respuestas.
No me enfadé en absoluto con él. Conocía a David desde hace mucho. Está acostumbrado a encarar sus problemas, y si es necesario (y casi siempre lo era teniendo en cuenta los problemas que él se buscaba), superarlos a golpes. La situación debía estar destrozándolo por dentro.
-Eso parece. –le concedí- Lo mejor será que volvamos al pueblo. Lo siento, pero parece que sólo hemos perdido el tiempo.
Mientras bajábamos las escaleras, una sensación extraña me atenazó el pecho. Dirigí la mirada hacia arriba. Sobre nosotros sólo estaban las ramas del árbol. Pero entre ellas… dirigí rápidamente la linterna hacia un lugar entre las ramas, pero no había nada. Habría jurado que había un bulto allí arriba, pero debía ser mi imaginación.
Sin embargo, al quedarme mirando el árbol, comencé a sentir algo extraño, como un picor en la nuca. Una sensación como la que tienes cuando estas pensando una palabra, la tienes en la punta de la lengua, y pese a todo no eres capaz de decirla.
Al cabo de unos segundos la sensación, como vino, se fue, y al percatarme de que mis amigos no se habían dado cuenta de que me había quedado atrás y estaban a punto de llegar a la puerta, fui tras ellos.

De vuelta en el pueblo, fuimos a comprar sendas litronas de cerveza, y a bebérnoslas sentados en la plaza de toros del pueblo, uno de los pocos sitios donde podías conseguir un poco de intimidad por las noches. Era la primera vez que sentía un aire de abatimiento y desdicha en general estando ahí arriba. El silencio era opresivo, y las caras preocupadas de los demás me entristecían, por lo que tomé una decisión.
-Tíos, no creo que podamos saber nunca lo que pasó ahí arriba anoche, así que yo voto por no comentárselo a nadie, y tratar de olvidarlo.
-Ziprus, es lo más sabio que te he oído decir en días –dijo Diego mientras inclinaba su litrona hacia mi- yo voto por lo mismo –y le pegó un largo trago a la cerveza- ¿Y los demás?
-Supongo que estamos con vosotros.
-Si, que remedio.
Y ambos le dieron un trago a sus cervezas.
-Pues nada, declaro esta inexplicable aventura, olvidada –y yo también le di un largo trago a mi cerveza- ¡A otro tema! ¿Habéis visto este verano a Cristina? ¡Por Dios! ¡Parece que cada año le crezcan más las tetas!
Todos rieron mi comentario, y la tensión se desvaneció de golpe.
-Puto Ziprus, siempre igual. –me dijo Diego, entre carcajadas- ¡Obseso!
-Puedes llamarme lo que quieras, pero estoy seguro de que este año están más grandes.
-¡O tú más salido!
-¡Que no! ¿No habéis visto esas tetas? ¡Son como un empate en un concurso de zeppelines!
-¡Salido!
-Jajajajaja!

La noche pasó rápido, entre risas, humo de cigarrillo y cerveza, y pronto empezó ha hacer frío pese a ser finales de Julio, por lo que decidimos irnos cada cual a su cama.

Eran las 4 de la mañana cuando entré en casa, con todo el sigilo posible, tratando de no despertar a mi madre, ya que ni mi padre ni mi hermano se despertarían aunque reventase una bomba en la puerta de casa.
Dejé las cosas en mi cuarto, donde mi hermano roncaba plácidamente, me puse el pijama, y me encaminé a la cocina. Al cerrar la puerta de la habitación, se me escurrió la manilla, dando sin querer un portazo de impresión. Otra vez, la ley de Murphy a tocarme las pelotas. Pude escuchar cómo se abría la puerta del pasillo que da al cuarto de mis padres, y unos pasos hacia la cocina. “Valor y al toro” me dije “Mejor la bronca ahora que amargarse mañana por la mañana”. Sin embargo, cuando abrí la puerta de la cocina, la luz estaba apagada, y no había nadie dentro.
Un sudor frío me resbaló por la espalda, y el estómago empezó a encogérseme por el miedo. Apreté el interruptor de la luz con una mano temblorosa, mientras maldecía la vieja luz fluorescente, por tardar tanto en encenderse. Sin poder contenerme más, entré en la cocina como una exhalación, y abrí la nevera de par en par para iluminar con su luz la estancia. Al hacerlo, percibí con el rabillo del ojo una sombra que salía precipitadamente por la puerta. Sin pararme a pensar, salí corriendo detrás de la sombra, pero no había ningún rastro de ella. Sin embargo, al final algo llamó mi atención, algo que hizo que se me parase el corazón en el pecho por un segundo. Me acerqué a la puerta del desván.
Para evitar que la puerta se abriese por ráfagas de viento, la manilla estaba atada con un cordón de zapato a un clavo que había en el marco. El cordón estaba suelto y balanceándose, como si alguien (o algo, se empeñó en aclararme una voz en mi cabeza) acabase de cerrar la puerta tras de sí. En ese instante, un ruido infernal me sobresaltó a mis espaldas, haciéndome casi perder el conocimiento del susto. Había dejado la nevera abierta, y el motor comenzado ha hacer un ruido espantoso.
Cuando por fin conseguí reponerme un poco, y calmar algo los latidos de mi corazón, la puerta de mi lado se abrió de golpe, llevándome otro susto de muerte y lanzando un grito de miedo y sorpresa. El ruido de la nevera había despertado a mi madre, que salía a ver que pasaba. Esta vez tuve que apoyarme en la puerta del desván para no caer redondo al suelo. Sin embargo, la puerta que lleva al desván es vieja (de ahí que la cerremos con el cordón del zapato) y con mi peso cedió y se abrió ante mí. Caí de rodillas, con el tiempo justo de poner las manos para no abrirme la cabeza contra las escaleras de cemento. Mientras estaba agachado, tratando de recuperar el aliento, mientras mi madre me posaba una mano en el hombro y me decía algo, aunque yo no oyese nada, por que el latido acelerado de mi corazón ocupaba toda mi cabeza, sentí la necesidad de levantar la vista y mirar hacia arriba. Entre la oscuridad que reinaba en el desván, al final de las escaleras, pude vislumbrar dos relucientes ojos rojos que me observaban, casi burlones. Esta vez fue demasiado para mi. Todo a mí alrededor se tornó gris, un zumbido llenó mi cabeza, y finalmente me desmayé.

Me desperté pasados unos minutos, tumbado en el sofá de casa. Tenía a mi padre encima. A juzgar por como me dolía la cara, debía haberme despertado a tortazo limpio. Era lo único que sentía de todo el cuerpo. La cara dolorida, y la cabeza llena de plomo líquido, que me impedía pensar con claridad.
-¿Estas bien, chaval?
-S…si -acerté a balbucear-.
-Vaya susto nos has pegado. ¿Qué te ha pasado?
-Igual que a vosotros, un par de sustos. Oí unos ruidos en la puerta del desván, y cuando fui a mirar, acojonado, la nevera se puso ha hacer ruido, y luego ama apareció de golpe a mi lado, y creo que me desmayé del miedo.
-No me lo puedo creer. ¡Tienes casi 20 años, y te desmayas por un par de sustos! Tienes suerte de que ya me haya quedado a gusto de pegarte, si no te daba otro sopapo. Me vuelvo a la cama.
Y se fue, dejándome ahí. Prefería que pensase que soy un cobarde, a contarle lo que en verdad había visto. O lo que yo creía haber visto. Al incorporarme, vi a mi madre sentada en el sofá de enfrente.
-¿Estas bien? –me preguntó con voz preocupada, y por una vez, no gritó.
-Si, tranquila, ya se me ha pasado. Hemos estado contándonos historias de miedo antes de volver a casa, y tenia la imaginación sobreexcitada.
-Siento haberte dado un susto así.
-No pasa nada, me lo tomaré como que me has devuelto todos los que yo te he dado a ti.
Y es que tengo una afición malsana de asustar a la gente siempre que puedo, y mi madre, medio sorda de tanto gritar, era la víctima perfecta cada vez que entraba en la cocina y estaba haciendo algo de espaldas a mí. Más de una vez casi le da un ataque, literalmente, por mis “bromitas”.
-Como me vuelvas a asustar, estas castigado todo el verano. Buenas noches.
Y también se fue. Me quedé solo en la sala, pensando. Me había desmayado de puro miedo. No podía creérmelo. Realmente, todo el tema de lo del cementerio me había puesto los nervios de punta. Entonces, me di cuenta de que estaba al lado de la chimenea, que comunicaba directamente con el desván. Me quedé mirándola durante un momento, y escuché un ruido que provenía de arriba. Era sólo la madera, que crujía por el cambio de temperatura entre la noche y el día, una diferencia de casi 10 grados. Sin embargo, decidí irme a la cama antes de escuchar algún ruido para el que no tuviese explicación.

A la mañana siguiente volví a ver al resto, pero decidí no comentar nada, ya que había sido yo mismo el que decidió que olvidásemos el tema. Esa misma tarde llegaron mi primo Xabi, y Abel. Al día siguiente, Álvaro, y Alexandra, que subió de la ciudad para estar en el pueblo para fiestas. Toda la panda al completo. Me bastaron dos noches de fiesta juntos para olvidar todo lo inexplicable que me había pasado en casa, hasta que llegó la hora de montar el local para fiestas.

El local que usamos en fiestas no es más que mi garaje, ya que mi padre tiene que trabajar en las fechas de fiestas, y el sitio está vacío. Por ello guardamos todo: la nevera, los sofás, los colchones, la barra, el equipo de música... en mi desván.
Eran las cuatro de la tarde cuando nos pusimos a trabajar. Hacía un calor insoportable en la calle, más de 40 grados al sol,  lo que quiere decir que no podías estar más de 30 minutos en el desván sin correr peligro de muerte. Basta subir las empinadas escaleras para empezar a sudar como un cerdo, no digamos ya ponerse a cargar con sofás y neveras. Pese a ello, trabajamos bastante deprisa. Nunca, ha ninguno de mis amigos, les había gustado mi desván, y a mí el que menos. Ellos no llegaron a verlo, ya que mi padre lo mandó quitar, pero cuando compramos la casa, en una pared había varios pares de grilletes. El desván siempre había tenido un aire ligeramente amenazador, y ahora, para mi, más que nunca.
Sin saber cómo, en uno de los viajes que estábamos haciendo para bajar cosas, me encontré sólo en el desván. Me quedé mirando la pared en la que habían estado los grilletes, y preguntándome si alguien habría muerto encadenado a ellos, y su espíritu seguía ahí arriba encerrado. Mis ojos se dirigieron casi solos hasta la esquina más alejada del lugar, un rincón donde nunca daba el sol, y dónde habían estado un par de grilletes que cuando los quitamos aún conservaban unas manchas que yo juraría que eran sangre. Allí, entre las sombras más oscuras, me pareció percibir una vez más dos ojos rojos que me miraban y casi parecían sonreír.
Cogí una bolsa que tenía a mano, confiando en que fuese algo para el local, y bajé corriendo las escaleras.

Aquella fue la última vez que me ocurrió algo inexplicable en el pueblo, si no contamos los tres pares de gafas con los que me desperté un día en la cama, o las mechas rubias de Moe, o el dedo del pie roto de David, pero supongo que en eso tendrán algo que ver el alcohol y las fiestas, no lo que fuera que habita en mi desván. Incluso cuando hubo que subir de nuevo las cosas, pasadas las fiestas, no volví a ver ni a oír nada raro, aunque también es cierto que tuve mucho cuidado de no quedarme solo otra vez arriba.