A menudo, en las fiestas (a las que evito concurrir siempre que puedo) alguien me da un fuerte apretón de manos, sonriendo, y después me dice, con aire de jubilosa conspiración: "Sabe, siempre he deseado escribir."
Antes, yo trataba de ser amable.
Ahora, contesto con la misma regocijada excitación: "Sabe, siempre he deseado ser neurocirujano."
Me miran con perplejidad. No importa. Últimamente circula por el mundo mucha gente perpleja.
Si quieres escribir, escribes.
Sólo escribiendo se aprende a escribir. Y ése, en cambio, no es un buen sistema para enfrentarse a la neurocirugía.
-JOHN D. MACDONALD-

jueves, 28 de julio de 2011

Espejo Rojo - Capítulo 4

CAPÍTULO 4

SOMBRAS EN LA NIEBLA



Al día siguiente me levanté tarde una vez más. Estaba sólo en casa, y mejor así, porque al plantarme delante del espejo, y recordar los sucesos de la noche anterior, tomé una decisión. Estaban pasando cosas muy raras a mi alrededor, y bastante comida tenía yo la cabeza, como para que encima Adrian me empezase a bombardear con preguntas para las que no tenía respuesta.
Cogí la navaja de mi cuarto, una bonita hoja de cuatro dedos, con forma de pluma, y volví frente al espejo. Respiré lentamente, calculé dónde tenía que hacerlos más o menos, y me puse a ello, pues sabía que si me paraba a pensarlo demasiado no me atrevería. Me hice los dos primeros cortes en la mejilla limpiamente, sin embargo en el tercero la mano comenzó a temblarme, y me costó mucho más terminarlo.
Me lavé las heridas, en las que gasté dos royos enteros de papel (¿extra absorbentes? ¡ja!)hasta que dejaron de sangrar, y me miré la cara. Se parecían bastante a los cortes originales. Me los desinfecté, me duché, me los volví a desinfectar, y me puse unas gasas encima.
Salí a la calle mientras llamaba a Adrian para quedar con él. Era domingo, pero había que aprobechar los últimos días de vacaciones. Pasé por los chinos, donde compré dos litronas de cerveza, y me encaminé a los miradores a esperarlo.
Los miradores era un sitio genial, en la parte alta de Bilbao, desde donde se podía ver todo el paisaje a lo largo del valle, con la ría serpenteando entro los edificios, todas las montañas rodeando la ciudad, y el sol poniéndose tras éstas justo enfrente nuestro. Un lugar perfecto en verdad para beber y hablar de mil cosas con los colegas.

Esperé tranquilamente sentado, fumando y bebiendo, mientras escuchaba música, hasta que llegó Adrian.
-Buenas tío -le saludé, mientras guardaba el mp3- ¿Qué tal?
-Me duele todo el cuerpo de anoche. ¿Tú qué tal estás?
-Me duele bastante la cabeza -mentí- aunque no tengo ningún chichón, ni nada.
-¿Qué te ha pasado en la mejilla?
-¿Cómo que qué me ha pasado? Las heridas que tenía ayer, que me las he curado un poco antes de salir.
-Pero anoche no las tenías. Se te habían curado.
-¿Qué dices tío? ¿Cómo se me iban a curar milagrosamente?
Me despegué la gasa un poco, tirándome de los pelos de la incipiente barba, para enseñarle un poco las heridas. Él las miró con curiosidad y escepticismo.
-Me parece que anoche bebiste más de la cuenta. Que bebimos más de la cuenta.
-¿Y qué? ¿Cual es el problema?
-Ninguno -le señalé la bolsa donde estaba su litrona de cerveza- Hay que aprobehcar mientras podamos, ¿no?
La cogió, le dio un largo trago, y se encendió un cigarro. Me miraba de reojo, queriendo decirme algo pero sin atreverse, o sin saber cómo. Finalmente, hizo un gesto de negación con la cabeza, y dejó correr el tema. Mejor, porque ántes de poder dar ninguna respuesta, debía encontrarla yo.

A lo alrgo de la siguiente semana nos reencontramos con muchos compañeros de la universidad, tanto de Bellas Artes como de Periodismo, y de algunas otras facutlades, que volvían a Bilbao, a sus pisos de estudiantes, o sus residencias, antes el inminente comienzo del curso. Aquél sábado prometía mucho, sin embargo acabó siendo una mierda, uno de esos diás en los que deberías haberte quedado en la cama.

Me despertaron los gritos de mi padres. Cada uno de ellos se me clavaba en la cabeza y se retorcía, inmisericorde. Para continuar con nuestros hábitos, había sido un viernes intenso. Miré la hora del móvil, que tenía en la mano (sabe Dios porqué). Las tres de la tarde.
Recordé subitamente que había quedado a las cuatro con Adrian para ir con él y el resto del grupo a verles ensayar. Me levanté, salí a la cocina y los gritos de mis padres se hicieron aún peores. Traté de escurrirme, sin embargo los gritos fueron hacia mi. Mi padre parecía fuera de sí.
-¿¡A ti te parecen horas de levantarse!? ¿¿Qué te crees, que estas en un puto hotel!? ¡Vives en una familia, así que cumpliras mis normas! ¡Te he llamado cuatro veces a comer!
-¿En serio? No me acuerdo -era cierto-.
-¿¡Que no te aceurdas!? ¡Puto crío!
-¡No le hables así al chaval! -se dignó a sacarme la cara mi madre-.
-¡Cállate! ¡Le hablaré como me salga de los cojones!
-Yo me voy a la ducah -dije con toda la calma que fuí capaz de reunir- he quedado en una hora.
-¡Tú no te vas a ningún lado!
Me di media vuelta, dispuesto a entrar en el baño, pero el viejo me agarró del brazo, me dio media vuelta y me pegó un sopapo que me mandó dando tumbos al otro lado de la cocina.
-¡Tendría que haber obligado a tu madre a abortar!
Me llevé la mano a la cara, donde la marca roja de la mano ya era visible, mientras miraba a mi padre. Me sentía anestesiad. No sabía que hacer, ni que decir, así que, simplemente, mi cuerpo se movió por si mismo.
Llegué hasta donde estaba mi padre, sin mirarle siquiera, lo dejé atrás, me metí en el cuarto de baño, y en la ducha. Dejé que el agua fría callese sobre mi cuerpo, mientras yo buscaba algo en mi interior, pero parecía un cascarón vacío. De alguna forma sabía que estaba en estado de shock, pero no podía hacer nada para remediarlo. Acabé de ducharme, me vestí, y salí a la calle. Cuando cerré la puerta a mis espaldas, mis padres seguían discutiendo. Fui hasta el metro, y me monte camino al estudio. Seguía como ido, pero nadie me miraba raro, asique debía dar una imagen más o menos buena, auqneu por dentro me sintiera hecho mierda. Cuando estaba a punto de llegar a mi parada, me sonó el móvil. Era Adrian. en ese momento sentí cómo algo en mi interior reventaba, como si alguien hubiese dinamitado una presa einmensa en mi interior. Sentí ganas de llorar, de gritar, de correr, de destrozar. Descolgué el móvil.
-Tío, ¿al final vas a venir con nosotros?
-Si, pero -hice un gallo, o me atraganté, no lo se. Carraspeé y traté de dominarmepero ya estoy en el metro.
-¿Qué?
-Lo siento, pero tenía que alejarme.
-¿Alejarte? ¿Qué dices tío?
-Ahora te lo cuento, ¿vale? Os espero en el descampado.
Colgué y me bajé del metro. Anduve unos metros, hasta llegar a un descampado inmenso que había camino a Grabasonic, el local de ensayo. Me senté en un montoón de piedras, que había en medio del descampado, y me permití hundirme en mi propia miseria. Apreté la mandíbula hastas que chirriaron los dientes, cerré los puños hasta clavarme las uñas en las palmas y hacerme sangrar, y derramé cálidas lágrimas de odio, ira y frustración. Empecé a ver todo tras una neblina roja, y temblaba. Temblaba tanto que las piedras bajo mis piernas también lo hacían. Entonces, sentí una mano sobre mi hombro.
Levanté la cabeza y me encontré frente a los penetrantes y oscuros ojos de Jhony.
Me restregué las lágrimas que me quedaban en los ojos y en el rostro rápidamente.
-¿Qué hay, tío? -traté de sonar despreocupado, pero no era capaz de controlar mi voz-.
-No lo sé -sus ojos no se apartaban de los mios, y tuve que desviar la mirada. Por muy buen amigo que fuera, sus ojos siempre me habían inquietado. Debido a alguna anomalía genética, sus pupilas eran ligeramente alargas, como las de un reptil o un felino- Dime qué te pasa.
Se senó a mi lado. Yo respiré hondo un par de veces, me encendí un cigarro y me lancé a contarle lo que me había ocurrido. Él escuchó sin interrumpirme en ningún momento. sin embargo, cuando acabé la historia, no pude parar. Me puse a sacar todo lo que tenía en mi interior.
-Ya estoy harto, tío. Estoy hasta los cojones. De la casa, de la familia. Nunca me han querido, lo tengo más que claro. Siempre lo he tenido, y lo que me ha dicho mi padre me lo ha confirmado. Siempre la misma historia. Nunca era suficiente lo que hiciese, daban igual las notas, las actividades extraescolares, los idiomas. Nunca obtuve el apoyo ni el reconocimiento de mi viejo. Nunca he oido un "muy bien, hijo". Y mi madre siempre ha sido fría conmigo. Nunca he tenido la relacion madre-hijo que todo el mundo ha tenido. Y si antes era malo, cuando nació mi hermano se volcaron en él. Siempre he tenido la sensación de que, aunque rodeado de gente, he crecido completamente solo.
Finalmente callé. Me encendí otro cigarro, ya que el anterior se me había consumido entre los dedos sin que llegarra siquiera a pegar tres caladas.
Jhony suspiró, y finalmente se decidió ha hablar.
-Te voy a contar una historia que muy poca gente conoce, pero antes te voy a pedir uno de esos -le di el paquete de tabaco, cogió uno y se lo encendió- Mi padre no es tal, es un padrastro. Mi verdadero padre era un grandísimo cabron, hijo de puta soplapollas, un borracho asqueroso. Cunado yo tenía dos años, cruzó la línea que mi madre podía soportar: en una de sus diarias borracheras le pegó. No fue muy grave, al menos físicamente, pero la destrozó por dentro. Presa del pánico, mi madre huyó de casa. Mi padre trató de deternal, pero no lo consiguió, la borrachera que llevaba encima era monumental, la mayor de su vida. Él quizá se dio cuenta de lo que había hecho, porque siguió bebiendo con un objetivo. Bebió y bebió, hasta que se sentó en su sillón favorito. Pegó un último y largo trago a su botella de whisky, hasta acabarla. La tiró contra una esquina del salón, cerró los ojos.... y nunca volvió a abrirlos.
Mi madre no regresó a casa hasta cuatro días después. Se encontró a mi padre muerto en el sillón, y a mi dormido en su cama, con todos los gatos a mi alrededor, dándome calor. Verás, ya no queda ninguno vivo, pero mi madre, supongo que para paliar el vació que sentía por como era realmente el hombre con el que se había casado, tenía ocho, o nueve gatos. Apenas tengo recuerdos de aquel entonces, y los que tengo son borrosos, pero estoy convencido de que los gatos cuidaron de mi. Quizá pienses que estoy loco, pero creo que fue así porque cuando me encontró mi madre, después de haber estado completamente solo durante cuatro días, yo estaba perfectamente, ni deshidratado, ni raquítico, ni siquiera hambriento.
Me quedé mirando a Jhony completamente perplejo. Le conocía desde hacía muchos años. Sabía que no era una persona dada a fantasear, y le creía, pero... ¡Joder! Menuda historia. él siguió hablando.
-Mi madre llamó a la policía. Desde luego, les dijo que me había llevado con ella cuando se fue de casa, si no le hubieran quitado mi custodia, y dado mi estado no había forma de pensar que que había estado cuatro días abandonado, con la única compañía de un cadáver y un puñado de gatos, asique le creyeron. Y ahora es cuando llega la moraleja. Yo no le guardo ningún rencor a mi madre. Comprendo que se dejara llevar por el pánico, y que el terror le impidiese volver a por mi. La comprendo y la perdono. Ésa es la clave, Travis. Nuestros padres nos han dado la vida, y luego han tratado de educarnos y tratarnos lo mejor posible, todo lo bien que sus circunstancias se lo han permitido. Pero si definitivamente lo han hecho mal, nuestra labor es perdonarlos y no odiarlos, porque si no nos convertiremos en un nuevo eslabon de una cadena de odio. Es odio es un lastre, y la vida es demasiado corta para pasartela cabreado.
-Qué grande es American History X.
-Lo sé. Pero quédate con la enseñanza, Travis. Es muy importante.
-No puedo coger y perdonar a mis viejos en cinco minutos...
-Ni lo espero. Es un proceso largo.
-... pero te prometo que lo intentaré. Lo cierto es que oirte hablar tan serenamente de esto me ha hecho sentir mucho mejor. Muchas gracias. Y tranquilo, no le contaré a nadie tu historia. Soy una tumba.
-Lo se. Si no, no lo hubiera hecho.
Nos acabamos los cigarros, mientras pasaba el tiempo y rumiabamos cada uno nuestros pensamientos.
Al cabo de un rato aparecieron Adrian y los otros componentes de la banda: Molina, Kevin y Andoni. Nos saludamos, y Adrian me interrogó con la mirada, de lo que deduje que no les había contado nada al resto, asique con un gesto disimulado de los dedos le indiqué que más tarde le contaría todo.
Jhony nos acompañó hasta Grabasonic, donde él tambien iba a ver a unos amigos ensayar. Nosotros nos metimos en la sala que habiamos reservado, y nos acomodamos para pasar allí las siguientes tres horas. Primer paso: una lata de cerveza hasta atrás. Segundo paso: otra cervez mientras montamos los instrumentos y el equipo. Tercer paso: otra cerveza para coger fuerzas. Así, tras un cuarto de hora, se ponen a tocar, mientras yo les escucho, saco fallos y me dedico a abrir cervezas.
Las horas volaron, la cerveza se acabó, y llegó el momento de irnos. Ayudé a recoger el euipo, al igual que les ayudé a montarlo todo, recogimos todas las latas que había por la sala, y nos dirigimos a la salida. Por las escaleras nos encontramos con Jhony, que también volvía a casa, ya que sus colegas estarían mucho más tiempo ensayando, porque dentro de poco tendrían un concierto.

La tarde se había nublado, y hacía frío. Mientras íbamos hacia el metro, Adrian hacía esfuerzos por retrasarse junto a mi para preguntarme por lo que había pasado, pero por algún motivo yo o sentía ganas de contarlo, asique hice lo posible posible porque siempre hubiese alguien junto a nosotros. De alguna forma, sentía que tras hablar con Jhony, la cosa estaba en paz.

La charla era animada, todos reían y hablabande los planes para la noche. El tiempo, que tan bruscamente había cambiado, no conseguía minar nuestras ganas de fiesta. Sin embago, un frío comenzó a adueñarse de mi, hasta el punto de que los dientes comenzaron a castañetearme. Miré a mis amigos, y con asombro descubrí que apenas podía oirles. Veía como movian las bocas, hablaban y bromeaban entre ellos, de forma completamente normal, pero a mi sus palabras me llegaban como si estuviesen a kilómetros de distancia.
Entonces me di cuenta de que, sin haberme percatado, nos habíamos adentrado en una espesa niebla.
Busqué con creciente nerviosismo la mirada de mis amigos, para preguntar qué coño estaba paando, pero la única que encontré fue la de Jhony. Se me quedo mirando, fijamente, y me hizo una pregunta que, por alguna razón, escuché perfectamente.
-¿Ves la niebla? ¿Sientes el frío?
Asentí. ¿Cómo no iba ha hacerlo?
-Ellos no.
-¿Eh?
Fué lo más inteligente que pude contestar. No sabía que decir.
-Tú sigue andando. Con un poco de suerte, atravesaremos la zona sin mayores percances. Y procura hacer el mínimo ruido -me indicó en susurros.
Asentí una vez más.
A medida que avanzábamos, la niebla se iba espesando a nuestro alrededor. Yo ardía en deseos de hablar con Jhony, acosale a preguntas, pero la prudencia se imponía a la curiosidad, al menos de momento.
Cuando la nuebla era tan espesa que apenas alcanzaba a ver las espaldas del grupo, que avanzaban unos pasos por delante nuestro, un destelo rojo llamó mi atención. Sin poder evitarlo, me dirigí hacia allí, atraido por la curiosidad.
La luz provenía de una especie de rasgadura en el aire, de la cual salía toda la niebla que nos rodeaba. Eran sus bordes, similares al roto que te haces en las rodilleras de los pantalones cuando eres crío constantemente (por increíble que parezca, aquello fue lo que me vino a la mente) lo que refulgía con aquel color rojo tan intenso. Iluminaba un gran perímetro a su alrededor, y pude ver que se había formado justo encima del montón de piedras en el que unas horas antes Jhony y yo habíamos estado sentados.
Estaba fascinado, viendo como aquella rasgadura, que parecía romper y abrir en dos el mismo espacio, oscura como boca de lobo, iluminada por la fantasmagórica luz roja no paraba de vomitar aquella extraña niebla que solo Jhony y yo podíamos ver, cuando una mano se apoyó en mi hombro y casi me dio un paro cardíaco.
-Ya lo has visto -me susurró Jhony al oido, apresuradamente -ahora vámonos de aquí.
-¿Qué es esto? -pregunté sin molestarme en bajar la voz. Por alguna razón, no sentía el mismo miedo que, por mucho que tratase de controlar, aquello influía en mi amigo -¿Porqué pareces saber tanto sobre el tema?
La cara de Jhony se qudó pálida al instante, y al verlo me arrepentí no haber bajado la voz. Estaba claro que su miedo nacía del conocimiento, mientras que mi "valor" lo hacia de la absoluta ignorancia.
Se dio la vuelta, y clavó una rodilla en tierra, mientras escrutaba la niebla, buscano algo. Le imité, aunque no tuviese ni idea de qué tenia que buscar. Estuvimos un largo rato así, hasta que Jhony se relajó visiblemente, con un quedo suspiro se incorporó, y con un gesto de la cabeza me indicó la dirección por la que debía de estar el camino. Pero en ese momento divisé algo que se movía increíblemente rápido tras él. fué visible solo durante un segundo, luego volvió a ocultarse en la niebla. No me dio tiempo a advertir a Jhony, pero mi expresión lo hizo por mí, y éste se dio la vuelta increíblemente rápido, a la par que se arrodillaba de nuevo. La gabardina flameó tras el, y luego reinó el silencio, durante unos interminables instantes, hasta que un coro de gritos se alzó desde la niebla. Era algo a emdias entre un aullido de un lobo y el arrastrar de unas uñas por una pizarra. Se me heló la sangre en las venas.
El grito fue subiendo de volumen, hasta que se detuvo de golpe. Poco a poco, de la niebla salieron seis figuras, rodeandonos. Eran unos seres humanoides, con escamas rojizas por todo el cuerpo, malvados ojos amarillos de pupilas verticales sobre un morro lleno de largos y afilados dientes. Se apoyaban sobre sus patas traseras. En las delanteras, cada uno de ellos llevaba un escudo rectangular y un alfanje. Vestían con harapos, y emitían una seria de gruñidos qe, comprendí, era el lenguaje con el que se comunicaban.
Uno de ellos, el más grande, que debía alcanzar los dos metros y medio de altura, se adelantó, sacó una lengua viperina en mi dirección que se agitó en el aire obscenamente un par de veces, y emitió una serie de gruñidos. ¿Estaría informando a sus congéneres de que yo tenía un aroma especialmente apetitoso? Repitió el gesto de la lengua hacia Jhony, que seguía arrodillado y muy atento a los gestos de quellas extrañas bestias.
Esta vez, la reacción del líder fue distinta. Alzó el brazo con el que empuñaba la espada, apuntó con ésta a Jhony, y echando la cabeza hacia atrás lanzó uno de esos extraños aullidos, a los que se sumó todo el grupo.
Saltaron hacia atrás, conuna fuerza extraordinaria, y desaparecieron en la niebla. Sin embargo, ahora se les podía oir perfectamente: corrían a nuestro alrededor, en círculos. En ocasiones se acercaban lo suficiente a nosotros para que pudiesemos observar sus siluetas. Se habían enganchado de alguna forma el escudo y la espada a la espalda, y corrían a cuatro patas, mientras su equipo producía un clangor que me ponía los pelos de punta.
De repente, todos los sonidos cesaron durante un segundo, y una tercera vez los aullidos surcaron el aire, y ésta vez era un grito de muerte. De la niebla salieron dos figuras que se abalanzaron sobre mi, pero a apenas unos metros saltaron sobre mi cabeza. Los seis reptiles se echaron sobre Jhony. Éste, a una velocidad inhumana, dio un paso hacia adelante y en el último segundo esquivó el arma del monstruo que lo atacaba de frente. Con una llave lo desequilibró, y consiguió interponer al reptil entre su cuerpo y las armas que buscaban herirlo, y que en su lugar atravesaron al ser, que emitió un estertor de muerte y calló al suelo, de donde no se movió.
Al ver aquello el resto de bestias aulló con odio, y trataron de esconderse entre la niebla una vz más, pero Jhony no lo permitió. Se lanzo contra el grupo. Uno de ellos trató de detenerlo de una estocada, pero Jhony hurtó el cuerpo a un lado en el último instante, lo agarró del brazo, y lo laznó contra el resto. Al ver cómo mi amigo se lanzaba al ataque, me llene de valor, y fui a unirme a él a la ofensiva mientras echaba mano a las cadenas, sólo para darme cuenta de que no estaban allí. Llevaba toda la semana echando algo en falta. ¡No podía creerlo! Había perdido las cadenas en la pelea del sabado pasado, y ni me había dado cuenta hasta ese  momento. Durante un instante me preocupé porque la Ertzaina hubiese podido encontrar las cadenas ensangrentadas y que de algun modo les hubieran llevado hasta du cueño, pero entonces el grito de Jhony resonó por todas partes.
Uno de los reptiles se le había acercado por detrás y le había golpeado con el escudo en la nuca. éste calló al suelo como un peso muerto, mientras el monstruo aullaba de satisfacción. Alzó el alfanje, para asestarle a mi amigo un golpe definitvo. Sin pararme a pensar, corrí hacia allí y salté, interponiendoe en la trayectoria del arma.
Sentí el acero entrar por mi espalda, destrozandome el omoplato derecho, abriendo la carne a su paso, atravesando el pulmón y rompiendo las costillas, para finalmente salir por mi pecho.
Cuando el monstruo sacó su arma, sentí cómo crujía y chirriaba contra los huesos astillados. Un horro de sangre calló sobre Jhony, que me miraba con los ojos desorbitados. Yo traté de sonreirle, pero sólo me salió una mueca. Caí a un lado. Las fuerzas me abandonabas ráìdamente, casi no podía mantener los ojos abiertos. Oía los ruidos de la pelea que se había reanudad entre Jhony y los reptiles. Pero había uno que no estaba allí. Uno de ellos entró en mi campo de visión, ya que yo apenas podía moverme, y se agachó a mi lado. Comenzó a olisquearme y a relamerse, mientras una baba oscura y apestosa caía de entre sus dientes. Aquel jodido bicho iba a comerme vivo. Una ira inmensa me inundó. Por la cabeza se me pasó el ridículo pensamiento de "una cosa es que traten de matarme, eso pase, pero no voy a consentir el convertirme en el alimento de éstas infectas alimañas"
Aunque más que un pensamiento tan bien estructurado, fue más un gran sentimiento de odio y repulsa. Cuando aquel monstruo iba a morderme un brazo, el corazón se me detuvo durante un momento en el pecho, que pareció no tener fin, y en el que me sentí morir. Cuando volvió a palpitar, lo hizo a toda velocidad. Una energia poderosa recorría todo mi cuerpo, y sentía como me ardía el pecho. De alguna forma, se me estaba curando la herida, pero a´n así estaba perdiendo mucha sangre.
Cerré la mano alrededor de las fauces del reptil, y cuando este trató de asestarme un golpe con el alfanje, le garré la muñeca, y comencé a estirar hacia cada lado. Me levanté sosteniendo así a la criatura, haciendo cada vez más fuerza, hasta que con un desagradable ruido de desgarro el brazo se escindió del resto del tronco, y un oscuro y hediondo chorro de sange salió del muñón. Sentí cómo un grito se formaba en la gargante del reptil, y cómo hacia fuerzas cona las fauces, tratando de abrirlas y poder aullar su dolor, sin embargo yo no lo permití. Apreté más fuerte, y pensé "fuego". Una energía proveniente de algun punto de mi cabeza me inundó y mi brazo se prendió en llamas. Éstas pasaron rápidamente a la cabeza y al resto del cuerpo del monstruo, que se consumió tratando de gritar. Lo dejé caer al suelo, donde aún pataleo un poco, y murió. Sentía una oscura, malvada y fría satisfacción.
Arranqué la espada de la mano del reptil, que aún sostení, y ésta se prendió también. La lancé contra una de las criaturas contra las uqe combatía Jhony, atravesándolo de parte a parte. Se derrumbó, emitiendo gorjeos, mientras las llamas avanzaban por su cuerpo poco a poco. Los tres reptiles que quedaban se olvidaron de mi amigo, y comenzaron a avanzar hacia mi, lentamente.
Aunque una oscura parte mi estaba disfrutando con la matanza, y quería largarla lo máximo posible, por otra parte me daba cuenta de que el poder que tenía, fuera lo que fuese, ésta vez no era suficiente para curar mis heridas, realmente graves, y que debía darme prisa.
El lider aún seguí vivo, y fue el que saltó sobre mi, alzando la espada. Cuando aún estaba a mitad del salto, el tiempo comenzó a ralentizarse. Pude hacerme a aun lado cuando calló frente a mi, y su espada se clavo hasta la empuñadura en el suelo. De no haberme apartado, habría sido capaz de partirme por la mitad. Aprobeché que el movimiento, al fallar su objetivo, le habia dejado sin oportunidad de defenserse, para tomar toda la fuerza posible, y propinarle un puñetazo en la cara. El repil se vio envuelto en llamas, y comenzo a gritar y aullar, tratando de apagar las llamas revolcándose por el suelo, pero era imposible. Al final, entre horribles ruidos, murió abrasado.
Ya sólo quedaban dos. Di un paso en dirección a ellos, pero la pierna me falló, y caí al suelo. Apenas me quedaban fuerzas. Los monstruos aullaron con regocijo, y saltaron hacia mi. No me quedaban fuerzas ni para apartarme de su trayectoria, estaba acabado.
De la nada apareció una silueta, embozada, cubierta con una capa negra. Sólo se le veía una larga cabellera blanca, purísima. Agarró a los dos reptiles en el aire por la cabeza, con dos manazas inmensas, y con un grito grave, apretó hasta que ambas cabezas reventaron como sandías maduras. Lanzó los cuerpos, sin apenas esfuerzo, y desaparecieron en la niebla. Se acerco a Jhony, que hasta el momento había esta observando mi lucha contra los reptiles. Cuando los vi a ambos cerca, me di cuenta de que el recien llegado debía medir unos 3 metros. Jhony no sabía cómo actuar, ya que el misterioso gigante nos había ayudado a acabar con los reptiles, pero cuando éste trato de agarrar a Jhony como había agarrado a los monstruos antes de reventarles las cabezas, saltó hacia atrás, con esos reflejos y velocidad que me seguían pareciendo inhumanas, pero fue en vano. El gigante hizo un gesto con la otra mano, y una fuerza extraña lo impulsó de vuelta hacia su manaza. Traté de levantarme, pero no me quedaban fuerzas. Ví cómo Jhony se revolvía, tratando de liberarse, en vano. Una luz azul comenzó a brillar entre los dedos del gigante, y Jhony dejo de moverse. Tras ello, extrañamente, dejó a mi amigo en el suelo con delicadeza, y se volvío hacia mí. Repitió el gesto, y sentí una poderosa ráfaga de aire den mi espalda que me levantó del suelo, y me llevó hasta él. Me agarró de la cabeza, y el mundo se lleno de oscuridad. No tenía ninguna posibilidad de escapar en mi estado. Sentí como su otra mano se posaba sbre mi herida, y un frío intensisimo me recorria todo el cuerpo. Luego su mano se iluminó, y yo tmbién caí en la incosnciencia.

Abrí los ojos, y no reconocí el techo que veía.Oía pitidos a mi alrededor, y unos suaves ronquidos. Sentía todo el cuerpo entumecido, y era incapaz de moverlo más rápido que un abuelo nonagenario. Miré lentamente a mi alrededor, y  descubrí el origen de aquellos ruidos. Los pitidos venían de las maquinas que me rodeaban, y los ronquidos eran de mi madre, que estaba sentada en una pequeña butaca a mi lado. Estaba en un hospital. Sentía un gran dolor en el pecho. No sabía porqué estaba allí. Una vez más, había perdido parcialmente la memoria.