A menudo, en las fiestas (a las que evito concurrir siempre que puedo) alguien me da un fuerte apretón de manos, sonriendo, y después me dice, con aire de jubilosa conspiración: "Sabe, siempre he deseado escribir."
Antes, yo trataba de ser amable.
Ahora, contesto con la misma regocijada excitación: "Sabe, siempre he deseado ser neurocirujano."
Me miran con perplejidad. No importa. Últimamente circula por el mundo mucha gente perpleja.
Si quieres escribir, escribes.
Sólo escribiendo se aprende a escribir. Y ése, en cambio, no es un buen sistema para enfrentarse a la neurocirugía.
-JOHN D. MACDONALD-

lunes, 25 de octubre de 2010

Y rescato otro relato de mi pasado

Está claro que me encanta ambientar las venganzas bajo una gran tormenta. ¿Será algún tipo de trauma infantil? En fin, Freud seguro que me diría que me dejase de tonterías y superase el no haberme tirado a mi madre.

08/12/2008

http://www.youtube.com/watch?v=NCOiSlS1oqI

La noche era oscura, oscura como boca de lobo, como sus vestimentas, empapadas por la lluvia que caía sobre la ciudad, casi con furia, como si Dios, cansado por fin del hombre, hubiese decidido mandar el segundo diluvio a la tierra.
Hacia unas horas que se había ido la luz, y solo los relámpagos, cada vez más numerosos, se atrevían a atravesar la oscuridad con su luz, llenando el mundo de sombras siniestras.A esas horas de la madrugada, todas las casas de la calle se encontraban sumidas en el silencio de los que duermen, arropados en sus camas, arrullados por el repiqueteo de las gotas de la lluvia en sus ventanas.
Salvo en la casa frente a la cual se encontraba.
Si se concentraba, en el espacio de silencio que había entre un trueno y otro, solo roto por la lluvia estrellándose contra el asfalto, podía oír un piano. Estaba tocando[i]Para Elisa[/i], su canción favorita, la primera que había aprendido a tocar, la primera que él le había enseñado a tocar.
"Me está esperando" pensó.
Y junto a este pensamiento, llegó el viejo sentimiento que ya conocía: el odio. Atravesó su ropa mojada, su piel aterida por el frio, sus músculos en tensión, y se asentó en su corazón.
El sonido provenía del piso de arriba. Allí, en una de las ventanas, se podía ver la fantasmagórica luz de unas velas que iluminaban la habitación de donde, suponía, estaba él, esperándole.
"¡Me está esperando!"
Cada vez que lo pensaba, su odio se volvía mas amargo y mas profundo.Comenzó a avanzar. El sonido de sus botas contra el suelo era amortiguado por el ruido de la lluvia. Saltó la pequeña valla, mas destinada a adornar el jardín que a mantener a intrusos fuera, y se dirigió a la puerta. Se dispuso a echarla abajo a golpes, cuando descubrió que estaba abierta.
En esta ocasión, el odio puso un velo rojo tras sus ojos, bloqueó sus pensamientos, se adueño de sus actos. Lanzó un grito, y comenzó a correr hacia las escaleras, hacia él, hacia su [i]venganza[/i].
Entró en la habitación de golpe y sintió un estallido de dolor en la nuca. Dio con sus huesos en el suelo. Se giró a duras penas, y lo vio. Parecía que los años no habían pasado por él, estaba igual que hace diez años, cuando le traicionó. Sostenía un bate de beisbol en alto, por si decidía levantarse otra vez. Pese a que no estaba en condiciones de mantener una pelea con su antiguo maestro, lo intentó. Su mano buscó apoyo en una mesa cercana, pero resbaló. La mesa estaba empapada en un líquido que desprendía un olor muy fuerte, un olor que reconoció al instante. Entonces se dio cuenta, de que el mismo estaba cubierto de ese liquido, pues el cuarto entero estaba bañado en el. Todo estaba empapado en gasolina.
Oyó pasos, y luego los chasquidos de las rodillas del hombre, que se arrodillaba junto a el. Su cara entró en su campo de visión, surcado de luces danzantes por el dolor.
-No obtendrás tu venganza. Hasta aquí ha llegado tu camino de odio.
Desapareció de su vista, y se oyeron más pasos. Se incorporó poco a poco, y entonces vio que junto a la puerta había una mesa llena de velas, fuente de la tenue iluminación de la habitación. Junto a la mesa estaba él, con un gesto de infinita tristeza. Puso una mano en un extremo de la mesa.
-Lo siento. Ojalá hubiese otro modo.
Barrió la mesa de un lado a otro, y todas las velas cayeron al suelo.
Primero todo fue dolor y color rojo, como el de la sangre que el odio había llevado a su vida, su sangre en algunas ocasiones, la de muchos otros la mayoría. Sintió que todos ellos estaban allí, esperándolo. Muchas manos, frías como el hielo, como el toque de la muerte, lo agarraron
Luego todo fue oscuridad.

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